
Luiz Inácio Lula da Silva, Presidente de Brasil. Transformar las esperanzas de nuestro pueblo en realidad fue lo que me llevó a abrazar la vida política y persistir en ella. El mismo impulso de promover el país que éramos al país desarrollado que vamos a ser, me dio la energía necesaria para honrar el mandato que me delegó la Nación en los 46 meses de gobierno iniciados en enero de 2003.
No ignoro las dificultades que la lucha por el desarrollo impone todavía a la vida de millones de ciudadanos y ciudadanas, en especial a los más humildes. Pero llego al final del mandato presidencial con la firme convicción de que materializamos una parte significativa de las esperanzas del pueblo en la vida de nuestro país; una esperanza siempre renovada.
Siento orgullo por la oportunidad de conducir ese proceso al lado de la gran mayoría de la sociedad brasileña. Desde el mirador de las experiencias acumuladas y las conquistas alcanzadas, veo con optimismo las inmensas posibilidades reunidas en el paso siguiente de nuestra historia.
Con humildad, pero también con firmeza, y sobre todo con el apoyo alentador y la confianza depositada en nuestro trabajo, digo que valió la pena asumir esa misión. Hoy, más que ayer, estoy seguro de que Brasil puede, sabe y tiene condiciones, de avanzar cada vez más en el camino de la prosperidad con justicia social.
Cuando asumimos la presidencia de Brasil, el llamado de la urgencia social era impostergable. Se imponía la tarea inmediata de regenerar los fundamentos que distinguen un pueblo de una comunidad con destino incierto. Los compromisos compartidos que sustentan la convivencia solidaria y democrática estaban dilacerados en el acceso a los más elementales derechos humanos.
Había hambre en millones de hogares, incertidumbre en la producción y desaliento en el alma del pueblo. Dimos las principales respuestas requeridas por el imperativo de la hora. Simultáneamente, vencimos la vulnerabilidad externa con una acción comercial y diplomática que rápidamente revirtió el flanco de una inserción internacional equivocada, substituyéndola por un ciclo robusto de exportaciones que crecen por encima de la media mundial.
Pasamos a las reformas imperiosas, restituyendo previsión al horizonte económico de las empresas y de las familias, después de tantos años de incertidumbre.
Somos humildes para reconocer los errores registrados en el camino. Pero ellos no han hecho mella sino que han reforzado, por el contrario, nuestra convicción de que la democracia y la transparencia del estado de derecho son requisitos siempre indisociables para la superación de los conflictos del desarrollo.
Tenemos orgullo de la siembra realizada. Los frutos de la colecta se encuentran hoy al alcance de las manos de millones de brasileños. Vivimos el mejor ambiente macroeconómico de las últimas décadas. Brasil llega al final de 2006 como el país menos desigual de los últimos 25 años. Siete millones de ciudadanos vencieron la línea de pobreza. El poder de compra del salario mínimo aumentó 26%, en términos reales desde 2003.
Plantamos sólidos pilares para avanzar, sin riesgo de retroceder, en la esfera de las cuentas externas, de la regeneración presupuestaria, de los precios, de la liquidez de las empresas y de la trayectoria declinante de las tasas de interés.
Estamos enfrentando con éxito el desafío de distribuir renta sin renunciar al equilibrio macroeconómico. Hoy tenemos una sociedad menos pobre y una economía más estable. Y estamos preparados para ingresar en una nueva etapa de crecimiento acelerado.
En estos cuatro años de mandato consolidé una convicción de vida. No existe panacea técnica que pueda guiar el desarrollo de una Nación. Un pueblo no puede poner en manos de terceros las opciones cruciales de su historia. Tampoco puede disimular en una agenda administrativa aquello que es prerrogativa de la conducción política y de la superación democrática de divergencias y conflictos.
Ningún gobierno mejora el desarrollo al margen de la sociedad. Brasil precisa reforzar el puente principal erguido durante los últimos años, entre nuestras esperanzas y el paso siguiente de nuestra historia.
Precisa respaldar e impulsar la articulación de fuerzas políticas que acumuló un patrimonio inédito de estabilidad, de confianza y entendimiento indispensable para hacer del desarrollo la gran obra de la madurez democrática de la sociedad brasileña en el siglo XXI.
El presente texto fue publicado en el diario Clarín (Buenos Aires, Argentina), el domingo 29 de octubre de 2006, el día de la votación presidencial en Brasil. Se reproduce en nuestro sitio únicamente con fines informativos y educativos.