por Juan Eduardo Romero – El 2007, es un año difícil para las fuerzas políticas nucleadas alrededor del presidente Chávez, una dificultad que tiene una base en la naturaleza dispersa de sus apoyos. Siempre hemos afirmado que el chavismo es una estructura heterógenea y dispersa, y esa dispersión se ha manifestado en diversos momentos (las elecciones de 2000, los sucesos de abril de 2002). De esa debilidad se desprende el planteamiento formulado por Chávez en torno a la requerida unidad. El problema deviene en la forma en que pretende ser implementada.
Ya antes de las elecciones de diciembre de 2006, en la estructura del Movimiento Quinta República (MVR) se hablaba de la necesidad de realizar un gran Congreso Ideológico, que definiera bien las bases socio-políticas de la estructura partidista. La naturaleza del reto electoral hizo que la dirigencia reunida en el Comité Táctico Nacional (CTN) decidiera posponer la celebración de ese evento para después de las elecciones. La toma de posesión de Chávez, introdujo otra idea completamente distinta a la planteada acerca del Congreso Ideológico: la necesidad de construir un cuerpo político coherente entre todas las fuerzas que lo apoyaron en las elecciones.
Hemos insistido que la idea de una fuerza unida ha sido planteada como un reto por buena parte de los partidos de izquierda en el mundo. Quizás uno de los planteamientos más serios es el elaborado por el intelectual italiano Antonio Gramsci, quien en un documento fechado en 1925 reflexionaba acerca del papel del Partido Comunista italiano y su relación con el proceso revolucionario. De cierta manera, las expresiones de Chávez en su alocución de enero de 2007 están relacionadas con la preocupación, también manifestada por Gramsci, del papel de los partidos de izquierda en un gobierno revolucionario. No significa que afirmemos el carácter revolucionario del gobierno de Chávez, lo señalado es que Chávez en su reflexión en torno a la construcción de «un gobierno revolucionario» se aproxima –sin saberlo– a algunos planteamientos de Gramsci, sobre todo en lo relacionado al papel del partido de izquierda y los intelectuales.
De cualquier forma, el discurso de Chávez abre una brecha política en la aparente «unidad» del Bloque que lo apoya. Representantes del Partido Patria para Todos (PPT) han manifestado sus diferencias con la metodología planteada por Chávez para construir el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
El Partido Comunista de Venezuela (PCV) también ha marchado en la misma tónica. Según se ven las cosas, no se trata de que los miembros de estas instancias políticas sean «contrarevolucionarios», más bien su comportamiento está relacionado con el hecho plasmado por Gramsci en uno de sus escritos, cuando se refería que los miembros del partido se han acostumbrado a cumplir un papel como «funcionarios» gubernamentales, y como tales ven en riesgo sus prebendas y beneficios. Esta debilidad ideológica es asignable también a los propios militantes del partido de Chávez, el MVR. Los dirigentes, diputados, concejales, del MVR se han transformado en unos verdaderos burócratas, que están más atentos de sus propias necesidades que de establecer una relación dialéctica y constructiva con los movimientos sociales, obviamente hay honrosas excepciones, pero son pocas en el lado del MVR.
Esa realidad es el principal reto del chavismo en estos próximos años. La posibilidad de construir una fuerza política coherente, cohesionada, ideológicamente fuerte, pasa necesariamente por establecer lazos permanentes con el ciudadano común que se encuentra volcado a la acción colectiva en el espacio público.
La nueva estructura política que surja, se denomine partido u otra cosa, debe entender que se ha articulado en la realidad venezolana una dinámica de participación que produce una grave contradicción, que es necesario superar: la existente entre la estructura dirigente (cargada de intereses egoístas y personales, ambiciones y desviaciones ideológicas) y los ciudadanos organizados (sin cohesión interna, pero con ansias de participación y gran capacidad de movilización).
Un proyecto político que ha implicado una constante reingeniería institucional, como es el caso del Proyecto Bolivariano, debe ser capaz de adaptarse a los cambios impulsados desde su interior. Esto hasta ahora no ha ocurrido. Los errores políticos asignados a las organizaciones de la denominada IV República, se repiten en esta etapa del proceso venezolano.
La disociación entre la estructura dirigente y las necesidades del ciudadano es evidente. El aprovechamiento de las bondades del poder político, para un uso personal es inocultable. Las desviaciones corruptas de recursos destinados al financiamiento de las políticas sociales es un secreto a voces. Todo ello sazonado por el excesivo culto a la personalidad suscitado por los vacíos en la formación ideológica. Muchos de los dirigentes del MVR, vienen de satélites nada revolucionarios: los viejos partidos Acción Democrática y COPEI, URD, entre otras organizaciones. Todos estos nuevos «revolucionarios» son todos más comprometidos que el propio Che Guevara, por lo menos discursivamente; en realidad su único compromiso es con ellos mismos.
Superar esta dificultad forma parte de los propios retos organizativos que debe asumir la estructura que surja. La supervivencia del Proyecto Bolivariano depende de la capacidad de generar formación, compromiso y pulcritud, de otra forma se estaría avanzando hacia un proceso de crisis de expectativas en la población, que pudiera conducir a un ciclo de protesta más fuerte que el ya generado en Venezuela entre 1989-1999.
Chávez, el General Muller Rojas, entre otros personeros del gobierno, están conscientes de esta debilidad y el impacto de ese reto. Sin embargo, creo que el planteamiento sostenido por el propio Chávez en lo referido a «qué están conmigo o contra mí» es un error. Es un error en este momento, el chavismo no puede incurrir en la equivocación de propiciar una división de sus fuerzas. Hacerlo es abrir el paso a una oportunidad política que puede ser utilizada por las propias fuerzas que le resisten, tal como ocurrió ya en las elecciones de 2000.
Más bien, la lógica del proceso indicaría avanzar hacia una discusión con todas las fuerzas y construir un camino de consenso común, acerca de la naturaleza, sentido y estructura de la nueva organización socio-política. Eso sí, tratando que la discusión no devenga en una mera pelea por puestos directivos. La nueva organización debe superar el excesivo burocratismo-autoritarista planteado y reproducido desde la lógica del partido bolchevique conformado por Lenín en el contexto de la revolución rusa de 1917 y su respuesta a las necesidades organizativas planteadas en su obra ¿Qué hacer?
Las perspectivas que la organización surgida se transforme en un bloque de poder cohesionado, coherente e ideológicamente comprometido dejan abierto la posibilidad para que el chavismomantenga una hegemonía en los próximos dos (2) lustros, no hacerlo significaría que en cualquier momento se genera una ruptura interna en el chavismo desde donde surgiría una confrontación interna que pudiera acabar con lo hecho hasta ahora.
El chavismo tiene el reto de conformarse como una fuerza con futuro político, derivado de la transformación del sistema de partido en Venezuela, en un sistema de partido dominante, es decir, aquél donde existen diversas fuerzas políticas que conviven, pero hay una que es capaz de lograr la mayoría por sí sola en los procesos electorales, gobernando sin ayuda de las otras fuerzas políticas pero coexistiendo con ellas en un juego democrático. El reto de este tipo de sistema, es no caer en la tentación autoritaria y antidemocrática, por la excesiva concentración de poder. En tal sentido, habrá que estar atento de esta posibilidad y de su existencia.
J. E. Romero es historiador en la Universidad del Zulia (Venezuela).
Publicado originalmente en la bitácora Historia del Tiempo Presente el 4 de abril de 2007. Reproducido en el semanario Peripecias Nº 44 el 18 de abril 2007.