por Eduardo Gudynas – En uno de los últimos episodios de “Newsroom”, la serie televisiva que retrata a un equipo de periodistas de un canal de noticias, se lanzaron unas preguntas urticantes sobre el movimiento de indignados en Estados Unidos. Fueron interrogantes claves que también se aplican a movimientos similares en América Latina y en otros rincones más.
En la serie, el conductor del noticiero arremete contra una joven militante de Ocupemos Wall Street (OWS por Occupy Wall Street en inglés). La imagen enfrenta, por un lado a un veterano periodista, simpatizante del partido republicano, ácido y desilusionado de muchas cosas, y por otro lado, una militante joven, docente, enamorada de su causa. El periodista le dispara: “Si un legislador quiere saber cuáles son las demandas de Ocupemos Wall Street, ¿con quién se debería reunir?
La pregunta expresa una cuestión candente: ¿las movilizaciones ciudadanas deben tener líderes que las representen?; ¿un líder es indispensable para concretar un cambio político?
La relevancia de este asunto fue muy clara unas semanas atrás con las grandes protestas ciudadanas en Brasil. Como respuesta, la presidenta Dilma Rousseff señaló que estaba dispuesta a escuchar a las multitudes en las calles, pero el problema es que, según reconoció el entorno presidencial, no sabían con quién reunirse para discutirlas. Esa tensión desnuda la compulsiva necesidad del poder gubernamental de negociar entre representantes, mientras que el contrapoder que se teje en las calles quiere ser horizontal y desconfía de liderazgos unipersonales.
A las protestas brasileñas (con mayor cobertura en la prensa), le siguieron otras en Perú (menos conocidas, pero también potentes). En Lima, a las movilizaciones de agrupamientospolíticos, se sumaron muchos jóvenes bajo la consigna tuitera #TomaLaCalle, para rechazar lo que todos llamaban la “repartija” de cargos públicos.
Tanto en Brasil como en Perú, las movilizaciones rechazaban la corrupción gubernamental, tuvieron un fuerte protagonismo juvenil, no están estructuradas jerárquicamente, y se tejieron con comunicaciones horizontales, sobre todo desde las redes sociales. Estas y otras situaciones hacen que la pregunta de Newsroom sea válida: ¿los movimientos ciudadanos siempre deben tener líderes?
Recordemos que Newsroom es una serie muy particular, porque intercala elementos de ficción con acontecimientos de la historia real reciente (ocurridos hace aproximadamente dos años atrás). En ese marco aparece la supuesta entrevista a una militante de los que acampaban en Wall Street.
En ese episodio, la joven que sería de OWS no ofrece una respuesta concreta sobre la representación, pero dice que en realidad no les interesa reunirse con “políticos”. Esos dichos no le gustaron nada a los actuales y reales militantes de OWS. Casi inmediatamente lanzaron un comunicado cuestionando a la serie televisiva, pero agregaron cuál hubieran sido sus verdaderas respuestas a esas preguntas . Ellos afirman que no buscan hablar con los políticos en Washington porque los consideran incapaces de escucharlos, y que su principal interés es dialogar entre ellos. Por estas razones no necesitan un líder que hable en sus nombres. Su prioridad es el diálogo interno, horizontal, y entre todos los participantes.
Esta respuesta de OWS está de acuerdo con lo que ocurre en varias movilizaciones latinoamericanas, donde se prioriza un diálogo horizontal entre los propios participantes. Para unos cuantos políticos, y no pocos académicos, pasa desapercibido ese fuerte deseo de recuperar la voz propia, y poder hablar con otros de igual a igual. Esta defensa ha estado muy presente en muy diversos contextos, desde los agrupamientos barriales en Venezuela y Argentina, y porque no, también en movilizaciones indígenas en países andinos.
En la declaración de OWS también se agrega otro propósito destacable: salieron a las calles para bajarse de internet, y poder encontrarse directamente unos con otros, para relacionarse de forma personal, para construir comunidad. Nuevamente encontramos aquí otro aspecto que también pasa desapercibido. Estos no son jóvenes nerds obsesionados con internet, sino que asumen a las redes sociales como instrumentos, donde los reales diálogos ocurren cara a cara.
Finalmente, los acampantes de Wall Street dicen que sus acciones buscan un nuevo sistema democrático, tan directo como sea posible, y es por ello que apelan a espacios locales de deliberación y decisión. Casi lo mismo que dicen muchos aquí, en América Latina.
Más allá de esas resonancias, también hay dificultades. No podemos olvidar que años atrás existieron movimientos ciudadanos muy potentes, que apostaron por similares horizontalidades, pero no lograran imponer cambios radicales. El caso más notorio ocurrió en Argentina, donde la crisis del 2001 explotó en asociaciones barriales y piqueteros, que bajo el lema “que se vayan todos” buscaron una política más horizontal y asamblearia. Pero aquel empuje no se consolidó, y al poco tiempo quedó en claro que los viejos políticos no se fueron, sino que estaban de regreso (aunque dentro de otros partidos). No se acumularon las energías suficientes para reformar, sea la propia democracia electoral representativa, o la toma de decisiones gubernamentales.
También puede ocurrir que uno de los miembros del movimiento se vuelva en una figura pública, y lo aproveche para pasarse hacia la política tradicional. Muchos observan con atención si esa transformación no está ocurriendo en Chile con Camila Vallejo, quien se se inició en el movimiento de protesta estudiantil, pero ahora, como candidata a diputada por el Partido Comunista, defenden figuras políticas que antes criticaba ácidamente.
América Latina muestra que bajo gobiernos conservadores como con la nueva izquierda progresista, en la práctica la política termina siendo una construcción vertical inmersa en la lucha por el poder. Es cierto que hay muchas diferencias entre los estilos gubernamentales, pero la dinámica política termina siendo similar. Hay progresismos que caen en tensiones fenomenales, ya que sus gobiernos se dicen continuación de “movimientos”, para terminan descansando en fuertes liderazgos, que con el paso del tiempo repetidamente debe indicar quienes son parte de ese movimiento, quienes no, señalar leales y traidores. Es más, intentos como los de Ernesto Laclau de presentar un populismo en clave positiva que gira alrededor de la figura del líder progresista, termina dejando sin voz al pueblo, y reproduce los problemas contra los cuales se protesta en las calles.
Sea de una manera o de otra siguen presentes conocidos dilemas. De un lado, lo que podríamos llamar una vieja política, desencantada y ácida, obsesionada con la verticalidad del poder. Del otro lado, una nueva política, más horizontal, entusiasta, a veces desordenada. En la primera unos pocos hablan, en la segunda todos quieren hablar. En ésta última, un elemento central es el rescate y defensa de la propia voz, y es por ello que no siempre hay un mensaje coherente o que se pueda resumir en un par de demandas. La coherencia está en otro sitio, en los modos y talantes, en rescatar palabras silenciadas, en una política como actos de diálogo, a veces pequeños, pero siempre cotidianos. Son dos formas de entender la política que discurren en planos distintos, y sólo en algunos momentos una intercepta a la otra. Para ver ese encuentro basta ir a las calles.
Publicado en Nueva Crónica (La Paz, Bolivia), No 131, setiembre de 2013.