por Raúl H. Lugo Rodríguez – Los talleres y discusiones del Foro Social Mundial se realizan en tres sesiones, cada una de ellas de tres horas de duración y separadas por una escasa media hora que apenas alcanza para que las organizaciones dejen el salón limpio y vacío para los siguientes ocupantes. Las distancias que hay que caminar para trasladarse de un lugar a otro (y la necesidad, claro, de hacer otras cosas en el día aparte de discutir) hacen casi imposible que uno pueda participar, al menos en su totalidad, de tres sesiones completas cada día. De suerte que no queda más remedio que, entre las múltiples posibilidades que ofrecen los once espacios temáticos, escoger los talleres que sean más afines a los propios intereses.
En el primer día de trabajos del foro, después de dedicar la mañana a reflexionar y discutir sobre los impactos de la globalización y las múltiples reacciones ciudadanas, me encaminé hacia la segunda mesa de discusión que había elegido para este día, pomposamente titulada «Derechos humanos para la transformación social: Afirmando la dignidad humana, la justicia social y económica en un mundo globalizado», para encontrarme con que había sido cancelada.
Entre los ejes en que fueron agrupadas las discusiones del Foro Social Mundial figuran dos que habían llamado mi atención desde que leí el programa por primera vez. Se trata del espacio B, donde se discute acerca de la defensa de las diversidades, la pluralidad y las identidades, y el espacio K, donde tienen lugar las conversaciones sobre ética, cosmovisiones y espiritualidad. Me propuse visitarlos. La cancelación del taller, al que hice referencia más arriba, me ofreció la oportunidad de adelantar mi visita al espacio dedicado a la defensa de las diversidades.
Entré al taller titulado: «¿Familia o familias? Una discusión a partir de la religión», organizado por la Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho a Decidir. Ayudada por breves exposiciones, académicas y/o testimoniales, de tres mujeres (argentina, uruguaya y mexicana) y un sociólogo argentino, la discusión de los participantes tomó altos vuelos. Se habló de la deconstrucción del «paradigma patriarcal», que permea el pensamiento religioso y genera prácticas inequitativas en la sociedad y en las iglesias. Se abogó porque la familia no sea concebida como un único modelo impuesto, sino como una construcción comunitaria basada en el amor, la alegría, la solidaridad, el respeto, y la posibilidad de resignificar las familias desde lenguajes y prácticas libertarias.
La distinción entre familias buenas y malas, estructuradas o desestructuradas, supone un solo modelo de familia. No cabe duda que esta concepción está en crisis desde hace muchos años, y es objeto de calurosos debates. Hoy los movimientos sociales comienzan a exigir el reconocimiento y la legitimación de estos tipos alternativos de familias, y eso comienza a resultar peligroso para la ideología del pensamiento único.
Algunos participantes conversaron sobre su propia experiencia, desde los apuros por los que pasa una maestra de escuela católica, obligada a hablar de la familia ideal a un auditorio compuesto por niños y niñas que, en más de un ochenta por cierto, son hijos de familias así llamadas «disfuncionales», hasta un pastor luterano que defendió con pasión y elocuencia que el modelo único de familia, mal llamado «natural», no fue impuesto sino hasta hace poco tiempo y que no forma parte de la tradición bíblica ni de la historia de las iglesias.
Con la mente todavía llena de cifras sobre la pobreza y sobre el impacto de la actividad de las transnacionales dentro de los países, me costó un poco de trabajo situarme ante este nuevo terreno de discusión. Entonces recordé que el siglo XX fue convulsionado no solamente por la aplicación de las ideas de Karl Marx, sino también por las de Sigmund Freud. Y que la dominación no tiene solamente una vertiente económica, sino también vertientes sociales, culturales y religiosas. La lucha por ese otro mundo posible, que anuncia el lema del Foro Social Mundial, tiene también que transitar por estos caminos.
R. Lugo es doctor en Sagradas Escrituras y analista de informacion en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad- América Latina). Publicado en La Insignia el 28 de enero 2005.