por Patricia P. Gainza – En el anfiteatro Pôrto-do-sol, un magnífico escenario para las actividades del Foro Social Mundial, tuvo lugar la conferencia «Dignidad en todas partes». El acto era una continuación del anterior foro realizado en Bombay (India), en el 2004, donde los movimientos sociales y organizaciones de todo el mundo acordaron apoyar particularmente los esfuerzos de varios países asiáticos, en especial la India, en su pelea por justicia, equidad y derechos humanos, de los más excluidos, particularmente los dalits.
El conjunto de exponentes cumplían con el requisito de diversidad lingüística, racial y cultural deseable en este tipo de eventos. Entre ellos se encontraban la brasilera Givânia Maria da Silva, representante de la Comunidad de Descendientes de Negros Esclavos y el teólogo Leonardo Boff.
Boff, una de las estrellas de este foro, comenzó su intervención haciendo referencia a un escrito del Papa Paulo III, de 1536 en el cual afirmaba que «los indígenas eran gente, eran personas y no debían ser robados de sus ciudades». Afirmó que la construcción de la dignidad de América Latina implicaba elaborar una idea propia de comunidad, tomar conciencia de nuestra ciudadanía, y cimentar la paz. Para ello es indispensable dar una lucha por los derechos de los pobres, ya que «son estos los derechos de Dios». En este proceso debemos abolir «toda tradición que implique producir o acrecentar el sufrimiento de otro, toda tradición que implique la violación de un derecho consagrado en la Carta de las Naciones Unidas y toda tradición que signifique una violación de la dignidad de las aguas, de los bosques y de la tierra».
Concluyó que detrás de cada movimiento popular existe una lucha por aspectos negados por la sociedad y el Estado en el que viven. «Cada ciudadano debe ser respetado porque representa en sí mismo un valor, un proyecto infinito»- concluyó en su presentación.
La estafeta fue pasada a los indios. La primera participación fue el testimonio de un hombre, un dalits, que nos puso al tanto de la realidad que vive este grupo, que representa solo en la India a 160 millones de personas, mientras que en el resto de Asia se los estima en 250 millones. Más del 50% viven debajo de la línea de la pobreza, menos de un tercio tienen acceso a la electricidad, el 85% no tienen tierras y los dos tercios son analfabetos. Estos son nombrados como «intocables» (o «descastados»), porque en el estricto sistema de castas hindú, aquel que toque a un dalits, pasa a ser impuro.
La religión hindú divide a la sociedad (desde el nacimiento) en brahmines, la casta superior conformada por sabios, educadores, filósofos, religiosos; kshatrillas, administradores y soldados; vaishyas, comerciantes, y sudras, artesanos. Esta estructura, en primera instancia religiosa, moldeó también el sistema político y económico. Estas castas, a su vez, tienen subgrupos que conforman un complicado sistema; los Dalits, desde hace 3000 años, son la última subcasta de esta pirámide. Son discriminados y tienen que vivir en zonas separadas, muchas veces no pueden concurrir a determinados lugares públicos, no tienen libertad para trabajar y están constantemente expuestos a la humillación y la agresión.
Dentro de sus reivindicaciones, la tenencia de la tierra -que les ha sido negada por siglos- es una de las más importantes, dado que permitiría el inicio de un proceso de dignificación. «La tierra implica capacidad de trabajar, producir comida y construirnos a nosotros mismos». Otras demandas son la protección de las tierras que tienen por parte del gobierno, la implementación de un salario mínimo para los trabajadores agrícolas, seguros para prevenir muertes por hambre, un mínimo de 5 acres de tierra por familia, la irrigación de las mismas, etc.
En este foro nos queda claro a todos la importancia del respeto, tanto por el individuo como por los grupos, dando igual valor a cada hombre y a cada mujer del planeta. Este problema se ha vuelto todavía más complejo en las circunstancias actuales. Por ejemplo, en la India las corrientes reformistas neoliberales han contribuido a la destrucción de los componentes de la dignidad humana, pero también es cierto que se han logrado ciertas conquistas democráticas, aunque contradictorias y al amparo del mercado. Algunas castas han visto modificada su situación en la pirámide como resultado de la influencia de los reconocimientos económicos de algunas capacidades que han logrado en el mercado. En algunos casos esas modificaciones son insuficientes y apenas logran reafirmar de otra manera todo el sistema de castas, mientras que los beneficios llegan a muy pocos. Pero también hay que advertir que ha comenzado a quebrarse el paradigma de la inexorable inmovilidad social.
P. P. Gainza es analista de informacion en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – America Latina). Publicado en La Insignia el 1 de febrero 2005.