por Eduardo Gudynas – Los movimientos sociales de América Latina durante años miraron con simpatía la experiencia de la izquierda brasileña organizada en el Partido de los Trabajadores (PT), y a su líder Lula da Silva. Esa corriente de apoyo se acentuó cuando ese partido ganó las elecciones y Lula se convirtió en presidente. En los países de habla hispana, desde Buenos Aires a Quito, se ponía como ejemplo al PT y a Lula como un camino a seguir, y modelo de inspiración. Criticar a Lula estaba mal visto, y cuando se descubrían las contradicciones en su gobierno, muchos líderes sociales las desestimaban, rechazaban o simplemente las ignoraban.
¿Por qué siempre se ha mirado con benevolencia a Lula? La respuesta a esta pregunta engloba varios factores. Por un lado, los movimientos sociales en América Latina siempre se han identificado con algunas experiencias y líderes; el papel del liderazgo siempre ha sido fuerte. Pero en la América Latina de habla hispana también ha existido un conocimiento parcial de lo que sucede en Brasil. Hay muchos factores que explican esto, y que van desde la barrera que supone el portugués, a las imágenes distorsionadas que se ofrecen desde los medios de prensa tradicionales. Se ve a Brasil como si estuviera detrás de un vidrio de fantasía esmerilado, y allí aparecía la silueta de un Lula da Silva exitoso, que era aplaudido en las Naciones Unidas, mientras iniciaba su programa de “hambre cero”, un líder social que surgió “desde abajo” y logró ser presidente.
La realidad dentro de Brasil ha sido bastante más complicada. Los resultados de la reciente elección parecen dejarlo en claro, y sea cual sea el desenlace final de la segunda vuelta, debe reconocerse que el gobierno Lula ha estado inmerso en contradicciones y tensiones. Veamos algunos ejemplos: la política económica ha sido muy tradicional, pero intentó aplicar algunos programas de asistencia social; no criminalizó a movimientos como los Sin Tierra, pero tampoco avanzó sustancialmente en la reforma agraria; invocó la reforma del sistema político pero quedó atrapado en numerosas denuncias de corrupción que repiten todos los aspectos negativos de la política brasileña… y así sucesivamente, hay muchas contradicciones.
No es mi propósito examinar cada una de esas tensiones sino comentar cómo se ha mirado esa gestión desde afuera, en los demás países de América Latina. Muchas figuras destacadas de los movimientos sociales apoyaron una y otra vez a Lula. Unos pocos analistas muy conocidos lanzaron una serie temprana de cuestionamientos, denunciando una suerte de “renuncia” a los preceptos de la izquierda (James Petras es un buen ejemplo). Pero esas críticas fueron marginales, y seguramente exageradas en ese momento.
Pero hay que reconocer que en algunos sectores de los países de habla hispana existían muchas resistencias a mirar con detenimiento y rigurosidad a la gestión de Lula. Se insistía únicamente en los aspectos positivos, y se negaban los negativos. Muchos de los claroscuros de Lula ya estaban presentes desde la anterior campaña electoral, posiblemente cuando Lula, siendo candidato a la presidencia, cedió a la presión de los mercados financieros y firmó la “Carta al Pueblo Brasileño”. Eso tuvo un impacto reducido; la izquierda latinoamericana seguía deslumbrada con su figura, y los que entendían que aquella carta era en realidad un mensaje a los centros financieros auguraban que sólo era un ardid propio de una campaña electoral muy reñida.
Recuerdo que en el Foro Social Mundial de Porto Alegre – 2001, tuve oportunidad de analizar la plataforma electoral de Lula y sus primeras medidas de gobierno en una mesa redonda del Transnational Institute (TNI) dedicada a la nueva izquierda. En mi ponencia repetía varios de los atributos positivos que se comentaban en aquellos días, celebrando la reciente victoria electoral de Lula, pero alertaba sobre problemas que comenzaban a ser evidentes. Por ejemplo, en aquellos días se hablaba mucho sobre el programa “Hambre Cero”, pero cuando se leía el texto real y concreto de la propuesta eran evidentes sus limitaciones e incluso sus contradicciones. Otro tanto ocurría con las primeras medidas económicas del gobierno del PT. Esos comentarios despertaron respuestas críticas; argentinos, ecuatorianos y uruguayos presentes en aquella reunión se disgustaron con una ponencia que indicaba aspectos negativos en el gobierno del PT. Al margen de quedar con la sensación de que ninguno de los defensores leyó “Fome Zero”, quedé impactado con reacciones que ponían en suspenso cualquier duda. Lula era el triunfo de la izquierda, y por lo tanto no era momento de analizar nada en detenimiento, sino que se exigía apoyo incondicional.
A lo largo del gobierno de Lula todas esas contradicciones se acentuaron. Si bien buena parte de las organizaciones sociales de Brasil apoyaron al PT y a Lula, poco a poco lograron posturas independientes, apoyando los aspectos que consideraban positivos, mientras que dejaban en claro sus desacuerdos. Este proceso todavía es muy incipiente en los sindicatos, pero ha avanzado más en organizaciones sociales, ambientales y de derechos humanos.
De hecho, el “lulismo” generó un gran solapamiento entre algunos movimientos sociales, el sindicato, el PT como partido político, y el gobierno en manos de la administración Lula. Esto explica porqué algunos líderes sociales terminan defendiendo al gobierno a pesar que el contenido de sus medidas estaban en franca contradicción con sus demandas y reclamos. Esto también explica que en las denuncias de corrupción que involucraban a figuras del PT no se actuara con más decisión desde la sociedad civil.
En los países de habla hispana esa actitud ha tardado mucho más en llegar, y sólo en los últimos tiempos se ha hecho evidente. Para muchos, el “gobierno Lula” sigue siendo el ejemplo de un buen gobierno de izquierda, y hay una cierta admiración por la persona de Lula. Se lo ve fugazmente en la televisión, se escuchan citas a sus discursos, y de esta manera, resulta una persona simpática. Para algunos es casi un santo, y por lo tanto es una herejía intolerable que se le critique. Por momentos parece que se cae en una “Lula-tría”, donde todo lo que hace o dice el presidente es correcto, y representa las buenas intenciones de una izquierda que representa a todos los sectores populares, y todo lo hace bien. Algunos necesitan de una figura o líder en la que sentirse representado y sobre la cual ponen sus sueños. De esta manera los sueños de cambio estarían encarnados en Lula, y los que advierten sobre sus contradicciones no son escuchados y son marginados; no importa si las advertencias provienen de un empresario o una organización ambientalista, de todos modos serán tildados de conservadores que no entienden a la izquierda.
De nuevo los hechos son más complejos. En una sola ocasión estuve cerca de Lula, al tener la oportunidad de participar de un encuentro de líderes sociales y ONGs con el presidente. Fue en 2004, en Sao Paulo. Lula leyó un discurso, que por cierto fue interesante. Pero después se pasó a una sesión de preguntas y respuestas, donde Lula estuvo solo delante del público, sin el auxilio de un texto escrito. La conversación fue muy decepcionante; los detalles ahora no vienen al caso, pero quedó en claro que Lula defendía una idea conservadora y simplista de las políticas sociales hacia los sectores más pobres, y que sus posturas en política internacional también esquivaban cualquier complejidad.
Ese simplismo parece haberse colado en muchas decisiones del gobierno, y es por ello que se cae una y otra vez en una gestión conservadora. Se invoca un discurso de izquierda, pero se paga por adelantado al FMI; se habla del desarrollo sostenible, pero se lanza un programa de grandes obras que tienen un enorme impacto ambiental; se invoca la integración regional, pero se defiende la agroindustria exportadora más tradicional. La clave en estas cuestiones no está solamente en cómo se definen y caracterizan esas medidas, sino en la posibilidad de poder ejercer una evaluación crítica de las acciones que se toman desde un gobierno sin olvidar los compromisos propios del movimiento ciudadano.
El reconocimiento de estas complejidades y contradicciones finalmente se ha hecho evidente en el resto de América Latina. En las organizaciones de los países de habla hispana ya es posible analizar los aspectos positivos y negativos del gobierno del PT sin caer en las caricaturas del “progresista” versus el “anti-progresista”. Ese es un aspecto muy pero muy importante para los movimientos sociales, ya que permite ir más allá de los clásicos ciclos de confianza y decepción con la figura de un líder. También sirve para fortalecer a muchas organizaciones ciudadanas dentro de la sociedad civil como espacio independiente. Finalmente, es un reconocimiento a que la construcción de políticas siempre requiere el concurso de la sociedad civil, y que esa participación sirve para mejorar la gestión gubernamental.
Identificar los aspectos positivos o negativos dentro de un gobierno progresista no puede ser visto negativamente, tampoco es un riesgo. Es la expresión de la ciudadanía y es una representación de la pluralidad de sus voces. Ese tipo de ejercicios y aportes son componentes indispensables para cualquier corriente de acción política que se defina como “progresista”. Ese no es un componente accesorio sino que es esencial. Aquellos que no comprenden el valor de esta diversidad simplemente no son progresistas, y confunden la política con la propaganda.
E. Gudynas es analista de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) y D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad – América Latina). Publicado en el semanario Peripecias Nº 17 el 4 de octubre 2006.