por Santiago Ortiz – Las tendencias progresistas en auge en América Latina ofrecen una diversidad de esquemas de articulación entre las corrientes sociales y sus expresiones políticas, en el marco de un período de transición de nuestras sociedades y en donde reina la incertidumbre sobre el desenlace del neoliberalismo.
Viejos partidos populistas que se renuevan, partidos de izquierda que se socialdemocratizan y socialdemócratas que se liberalizan, gremios y corporaciones que se radicalizan ante la ausencia del Estado benefactor, masas pobres que se buscan resarcirse de los golpes del neoliberalismo y buscan incidir de cualquier manera en el escenario político, nuevas identidades étnicas y territoriales que surgen con fuerza y sectores medios e intelectuales, que se renuevan pero en condiciones de dispersión social y política, sin los viejos alineamientos ideológicos del pasado.
En este texto se busca aproximarnos a esta problemática dando un repaso de los diversos esquemas de organización política, tomando en cuenta los nuevos alineamientos de fuerzas sociales en la región. El objetivo de este examen es ubicar ciertos rasgos y tendencias en medio de una diversidad de modelos, para reflexionar, a la luz de nuestra realidad ecuatoriana, sobre la perspectiva de constitución de un movimiento político democrático que permita resistir el avance de la derecha populista y neoliberal.
Brasil, Argentina, México, Bolivia, Venezuela
En Brasil un PT acaba de ganar nuevamente las elecciones con Lula, contando con una base leal en una clase obrera «acomodada», pero sobretodo con los votos de los pobres, especialmente del noreste brasileño y las barriadas, que con la política social de Lula mejoraron su situación con los bonos de la Pobreza y la «Bolsa Escola».
Sin embargo los sectores sociales más radicales, los campesinos del MST, los intelectuales de izquierda y las organizaciones de base surgidas de la Iglesia y la educación popular, que aspiraban a un giro en la política económica, tienen hoy un comportamiento más o menos pragmático, expresando un apoyo crítico a Lula en las ultimas elecciones, con una postura que busca resistir el avance de la derecha.
Producto de este proceso el «modelo político brasileño» muestra una relación entre un partido político institucionalizado que gira en torno a un líder carismático, sindicatos que apoyan a cambio de ciertas prebendas y una miríada de sectores excluidos, que provienen tanto de los procesos de organización popular como de los grupos se cuelgan de los programas sociales del Estado para sobrevivir.
En Argentina Kichner orientó al peronismo del PJ a posturas progresistas, desmarcándose de las posiciones neoliberales de Menem, consiguiendo una alta popularidad y proyectándose a la reelección en las elecciones del 2008. Su gobierno maneja una política económica favorable al desarrollo del capital, confiado en los ingresos que le proveen las exportaciones de granos y carne, con una fuerte política social que se orienta a mejorar la educación y los programas sociales para los pobres, con ciertas actitudes de defensa de los derechos humanos, que le ha permitido conquistar a sectores de intelectuales y activistas de los movimientos sociales.
El modelo político y organizativo del Partido Justicialista de Kichner tiene un esquema diferente al brasileño. En este caso el modelo argentino combina las estructuras del Partido Justicialista y su tradicional influencia en gremios y corporaciones, con redes clientelares aceitadas en los recursos de los programas sociales y una alianza con grupos piqueteros que apoyan al régimen. Se trata de una «refundación» del populismo, en una transacción entre el viejo corporativismo y las redes clientelares, con apertura a las nuevas organizaciones surgidas de la crisis y la lucha por los derechos humanos.
En México el PRD de López Obrador está catalizando una inmensa conflictividad social y la deslegitimación del régimen democrático representativo, en un proceso de movilización política sin precedentes, que expresa una profunda fisura entre el Estado y la sociedad, fisura que se abre debido a las políticas neoliberales y la subordinación a los Estados Unidos y el TLC.
En este caso aun no se cristaliza un modelo organizativo, pero la corriente del PRD está encabezando movilizaciones de masas de millones de personas que cuestionan el fraude en las elecciones y que proyectan constituir una Convención Nacional Democrática, una institucionalidad de resistencia civil que desconoce la elección de Felipe Calderón del PAN, como presidente «oficial» de México. La conformación del PRD muestra un modelo heredado del PRI con su esquema populista, es decir un partido vertical hecho desde arriba, que integra una serie de corrientes políticas, con el apoyo de gremios. Pero también combina la presencia de grupos sociales, que se desmarcaron del neoliberalismo. A esta corriente se suman importantes sectores medios e intelectuales.
Pero la crisis mexicana tiene una particularidad por el lugar estratégico que tiene ese país para el Imperio, que no puede tolerar una postura populista y socialdemócrata al otro lado de la frontera. La corriente de López Obrador y el PRD crecen en medio de la polarización que tiene como remate el reciente fraude electoral. Todo ello en medio de la efervescencia de luchas y formas de resistencia que está revelando el despertar del «manso» pueblo mexicano: la comuna de Oaxaca, la Coordinadora Indígena y los municipios autónomos, la resistencia zapatista, las movilizaciones obreras de sindicatos antes «charristas» y dominados por el PRI, la emergencia de luchas ambientalistas y de resistencia al modelo neoliberal, que no logran, todas ellas, cristalizar en una forma política articulada.
En Bolivia se da un esquema diferente al de los anteriores. Allí la movilización indígena y popular constituye una «Arca de Noe» que es conducida por un MAS en el gobierno, que mas que un partido sólido es un eje articulador de fuerzas sociales, campesinas e indígenas, con un gran protagonismo popular. Allí la dinámica viene desde abajo, los pobres están organizados en base a una fuerte cohesión étnica y popular, y con una dirección política e intelectual que debe moverse en medio de las aguas turbulentas, buscando refundar el Estado, con banderas nacionalistas y antineoliberales.
En Venezuela la articulación en torno al liderazgo radical Chávez y su movimiento político, expresan una doble dinámica, la una que viene desde arriba con el apoyo de las Fuerzas Armadas y el mesiánico comandante, y la otra que viene desde abajo con la organización creciente de los pobres. Este proceso se ve favorecido por el control de los recursos petroleros del «Estado Mágico», que se redistribuyen a través de sus programas sociales y las Misiones, reorientando la vieja institucionalidad al servicio de los pobres, dejando atrás el sistema en ruinas de los partidos anteriormente hegemónicos y la estructura corporativa que les sustentó.
Algunos rasgos comunes
De este rápido examen de varios países de la región, se constata una tendencia de recomposición de fuerzas democráticas en medio del declive del modelo neoliberal. Esta recomposición no tiene un horizonte de tipo socialista o anticapitalista. Se trata mas bien de corrientes que se mueven en un ancho cause de reforma democrática del capitalismo, distanciándose del capitalismo salvaje y en general de la conducción actual del Imperio. Son actores que se inscriben en las reglas de juego de la democracia y que buscan su ampliación por medio de un nuevo contrato social que afirmen los derechos ciudadanos.
Se trata de un ancho cauce que tiene dinámicas que vienen de arriba y de abajo, de los partidos o del movimiento popular. Es clara la iniciativa de la dirección del PJ en el caso argentino, mientras en Brasil la situación es más compleja, pues la iniciativa de organización popular de los 80 cuajó en el PT, pero este se institucionalizó y ahora es el estado mayor del PT en el gobierno, el que conduce y tiene la iniciativa del proceso, marcando las pautas a los movimientos sociales. Bolivia es un ejemplo de la lógica desde abajo, con movimientos sociales que se expresan en el MAS, pero lo desbordan, mientras que en Venezuela se vive una relación entre la dinámica de arriba –con el ejército y Chávez en la cabeza del Estado– y de abajo –con las organizaciones que se conforman en medio de la lucha política contra la derecha y el imperialismo, expresión de todo lo cual es el movimiento Bolivariano. El PRD de México es un partido conformado en la bronca dentro del PRI, manteniendo algunos rasgos verticales en su estructura de mando, pero sumando a actores democráticos y populares movilizados, en medio de la polarización política.
En este ancho cauce y en las alianzas que se forman, la clase obrera ha perdido protagonismo, excepto en los llamados «países emergentes» como Brasil y México, en donde los sindicatos tienen cierta convocatoria y buscan mantener su status, en medio de la transformación del Estado que les protegía.
La gran novedad de la última década es el creciente protagonismo de los pobres, excluidos por el modelo neoliberal. Estos tienen una creciente presencia, con una organización embrionaria constituida en su lucha desesperada por la sobrevivencia, donde juega un papel relevante su acceso a los programas sociales del Estado –bonos, misiones, salud, alimentación, vivienda y micro crédito–. Su organización depende mucho de las «redes de resolución de problemas» (1) articuladas a los recursos estatales, situación que genera una suerte de neocorporativismo vinculado a las políticas públicas redistribucionistas. Se trata de una nueva generación de políticas sociales con un sello focalizado, posibles ahora por el auge económico que vive América Latina por el aumento de los precios de los productos primarios.
Los partidos de izquierda han subrayado el carácter ciudadano de las organizaciones de los pobres, que afirman valores de solidaridad y economía popular. Sin embargo aún no está clara la viabilidad de esa economía solidaria en un contexto de ausencia de cambios estructurales que modifiquen la propiedad de los medios de producción y reactiven la producción local. No está claro tampoco el grado de autonomía que deberían tener estas organizaciones con el Estado.
Hay que señalar que las corrientes democráticas parecen regresar al modelo «estado centrista» y valoran su posicionamiento en el mismo para contar con fuerza para negociar con los países desarrollados y los empresarios nacionales. Ante el discurso neoliberal que buscaba reducir el Estado, ellos plantean su fortalecimiento, en particular de su rol redistributivo, lo que les permite resolver los problemas de los pobres y dinamizar los canales de organización social y política. Adicionalmente se constata que esos movimientos y partidos antes de proyectarse nacionalmente, ocuparon gobiernos locales, donde demostraron éxito en la gestión pública. Esto es evidente en el caso del PT y su ejercicio de gobiernos participativos, pero también en PRD en la capital mexicana, el MAS aprovechando los espacios locales creados por la Ley de Participación Popular e incluso en el Movimiento Bolivariano coexisten actores que se fraguaron en los gobiernos municipales y estaduales.
Uno de los factores importantes que sustentan la fuerza política es su contenido cultural e identitario. En Bolivia y México la movilización tiene un claro contenido étnico reivindicando derechos colectivos y de autonomía. Pero en los sectores mestizos y afroamericanos las referencias culturales y étnicas son importantes, como en el caso de Venezuela donde la población pobre se identifica con el «sambo» Chávez, en Bolivia que el movimiento reconoce al «indio» Evo Morales» o en Brasil con el obrero del noreste Lula. En una región con un sistema político donde han reinado elites con valores aristocráticos, los pobres se identifican con líderes de «color» para expresar su revancha con el neoliberalismo.
Por otra parte estas corrientes tienen un sesgo nacionalista, en lo cultural recuperando lo indo-latino-americanista, y en lo político con una agenda disonante de Estados Unidos. Esto se expresa de manera clara en Bolivia y Venezuela, con un claro contenido antiimperialista, y en menor grado en los procesos del PRD, PT o PJ, que reivindican una agenda autónoma de desarrollo nacional.
Sectores de la clase media o intelectuales titubeantes ante el avance neoliberal, se suman a estas corrientes, aunque sin el peso político que antes tuvieron en la izquierda latinoamericana (2). Y es que esta ola de movilización ha perdido el rasgo ilustrado de las vanguardias revolucionarias de los 60 y 70.
Las formas político partidarias anteriores, que tendían una clara división de funciones entre políticos que actuaban en el parlamento y los gremios que luchaban en las calles, tienden a diluirse. Ahora se constituyen movimientos políticos construidos en base a la movilización popular, en torno a lideres carismáticos con gran peso político –Lula, Chávez, Evo, López Obrador, Kichner–. La característica central de estos movimientos es de carácter plebiscitario y participacionista, desbordando el molde de los partidos y la democracia representativa.
Y esta es precisamente otra e las características del proceso actual que surge en medio de un contexto de desprestigio de los partidos políticos. Dos décadas después de la transición democrática en A. Latina se hundió dicho sistema o se reconfiguró profundamente. Donde mayor es la crisis es en la región andina, mientras que en México el PRI perdió el monopolio estatal, en Brasil surgió con fuerza el PT en medio de un sistema pluripartidista y en Argentina el clásico bipartidismo se debilitó con la caída de De la Rúa.
Hay que señalar que estas corrientes democráticas, tienen en su orilla izquierda agrupaciones críticas que a su vez les acusan de convivencia con el capitalismo. Felipe Quishpe ante el MAS en Bolivia, el EZLN ante el PRD en México o los grupos disidentes del PT en Brasil, reivindican posturas radicales, esperando que el proceso supere las limitaciones del reformismo mayoritario. Pero este izquierdismo parece no contar con los altos niveles de popularidad de los líderes y corrientes mayoritarias (3).
Movimientos políticos y actores sociales en Ecuador
Este repaso por los movimientos políticos no quiere postular un esquema ideal. Cada país tiene una historia particular, con un mayor o menor peso de la movilización popular, con procesos más o menos articulados de organización política, con sistemas de partidos mas o menos consolidados, con fuertes o débiles lazos de cohesión social y étnica, con diferente influencia de sectores medios e intelectuales y con diversos grados de conflicto con los actores dominantes. Por tanto cualquier propuesta de organización solo puede salir de un análisis concreto de las condiciones de cada país. Por ello de este examen se puede encontrar ciertos rasgos que se combinan de diversa manera en cada proceso concreto.
El caso del Ecuador es peculiar porque el proceso se mueve en un contexto de transformación neoliberal y de inestabilidad política. Esta particularidad se debe a desacuerdos entre las elites dominantes y una fuerte resistencia de un arco de fuerzas heterogéneo, conformado por militares, movimientos ciudadanos e indígenas, que jugaron un papel significativo en el derrocamiento de tres presidentes. En medio de avances y retrocesos políticos, la aplicación del neoliberalismo erosionó al viejo estado desarrollista, liberalizando la economía y concentrando su riqueza, con sus secuelas de inequidad y exclusión que afectó especialmente a los pobres, los trabajadores y las clases medias.
A pesar de su poder contestatario, ese arco de fuerzas no lograron constituir un movimiento democrático y nacionalista, como en los países anteriormente examinados. Los socialdemócratas con un estilo político tradicional y un discurso ambiguo, no pudieron renovar su discurso político, dando muestras de haber perdido el rumbo ante el avance neoliberal. Los movimientos sociales, indígenas, militares y las capas medias de izquierda tampoco lograron articular una postura coherente ante la transición de manera que las expresiones democráticas, nacionalistas y populares fueron caóticas y contradictorias, disipándose en el camino.
Los sectores pobres de la población, jornaleros temporales, informales y marginados de las ciudades, sectores obreros y medios empobrecidos, hundidos en la lucha por la sobrevivencia se expresaron con movilizaciones espontáneas y coyunturales en diversos momentos mediante paros locales, luchas urbanas y participación eventual en los levantamientos. El viejo clientelismo dependiente de los partidos tradicionales mantuvo su fuerza hasta fines del 80, pero fue debilitándose conforme los partidos mostraron su ineficacia para resolver sus demandas. Al mismo tiempo fueron surgiendo nuevas formas de clientelismo y asistencialismo dependientes de programas sociales focalizados –bono, beca escuela, aliméntate Ecuador, etc.– que ha nutrido las redes de sobre vivencia de manera similar al resto de A. Latina. Sin embargo, a diferencia de aquellas, este importante sector, que llega al menos al 50% de la población, no se articuló a los movimientos sociales, aunque se ha expresado parcialmente en el movimiento indígena.
No hay como negar sin embargo que en Ecuador ha existido un fuerte capital social en los sectores populares, pero este acumulado que tuvo capacidad para derrocar presidentes, encontró serias dificultades para convertirse en una fuerza social y política coherente. En lo social esto se ha demostrado en la desaparición del FUT, en la posterior disolución de la Coordinadora de Movimientos Sociales, en la división del movimiento indígena y en los problemas que hoy aquejan a la CONAIE.
Los movimientos sociales parecen secuestrados por sus formas corporativas: los sindicatos de maestros y la salud, limitándose a defender sus intereses particulares; el movimiento indígena que luchaba por refundar el Estado, tiene una práctica de acceso sistemático y sin beneficio de inventario a la institucionalidad. A esto se agrega la dispersión de los movimientos urbanos y la dependencia de los sindicatos públicos de ciertas prebendas del Estado, que han generado también posturas egoístas, cubiertas con una retórica revolucionaria. Todo ello impide que los movimientos populares de Ecuador puedan construir un espacio de articulación social que unifique sus luchas.
Es más, esta conducta explica también la falta de atención de las demandas de los más pobres, que son más del 50% de la población que ahora han sido arrastrados por las ofertas de Noboa y Gutiérrez. En la última coyuntura se expresa una mayor distancia entre los pobres y los movimientos sociales, un cierto divorcio entre los indígenas de base y la elite indígena, entre los sectores populares de las provincias y los actores quiteños en la medida en que la lucha por la sobrevivencia lleva a aquellos a priorizar soluciones inmediatas, sin que les importe mayormente en discurso étnico o la discurso legalista y complicado de la Asamblea Constituyente de la «alta sociedad civil» quiteña (4).
El movimiento indígena, con una fuerte cohesión identitaria y capacidad de movilización, ha tenido también dificultades para constituirse en una fuerza política, tal como se evidencia en la incapacidad del Pachakutik de mantener la adhesión de los sectores mestizos y de formular una línea política que vaya más allá de sus reivindicaciones étnicas, lo que impide dialogar con otros sectores oprimidos de la sociedad y construir una fuerza política. Ni este ni los sectores de izquierda lograron formular una propuesta programática coherente que de cuenta de la pobreza, del autoritarismo creciente en la vida cotidiana y en el Estado, que genere nuevas alternativas democráticas y nuevas estrategias de resistencia económica y ambiental al modelo neoliberal.
En esta incapacidad incide también la debilidad de la producción teórica sobre el país y la ausencia de espacios de debate, que articulen a los intelectuales con las fuerzas sociales. Por otra parte la izquierda de tradición marxista se quedó anclada en la esfera política, sin generar una propuesta de «reforma cultural y moral». El vanguardismo ilustrado sigue intacto en la cabeza de buena parte de los izquierdistas, levantando muros que impiden dialogar con la cultura popular, valorar la diversidad, construir espacios plurales y nuevas formas de cultura política. Las elites indígenas privilegian su discurso étnico sin transacción con los demás polos progresistas. Los sectores medios formados en la democracia representativa liberal se aislan de los pobres a los que miran como masas con una cultura política atrasada. Todo ello limita generar no solo una propuesta política, sino también una nueva cultura política democrática y nacional.
La conducta de los movimientos populares está marcada además por una cultura centralista, que ha impedido mirar lo que pasa en el conjunto del país. En estos 25 años de democracia la izquierda y el movimiento indígena han sido fuerzas regionales, serranas, a lo sumo con ciertos núcleos en la Amazonía, incapaces de mirar mas allá de la cordillera de los andes, hacia la costa.
Por otra parte esta cultura legalista y burocrática juega con formulas aéreas de cambio constitucional, pensando que desde la legalidad se cambia la realidad, sin valorar suficientemente nuevas prácticas de ejercicio del poder, que disputen con nuevos sentidos la relación con los recursos naturales, la tierra, la economía, la educación, la salud, la comunicación, el arte o el ejercicio de gobierno.
La fragmentación de los actores también se expresa en el terreno del discurso político. El corporativismo del movimiento social afirma una visión particularista. La izquierda se firma en el sectarismo y no tiene capacidad de dialogar con otras formas de cultura política y su regionalismo le impide mirar al resto del país. Las capas medias e intelectuales, de donde viene buena parte de los cuadros políticos, les parece «irracional» la cultura política de los pobres. La debilidad del debate académico y la distancia entre los intelectuales postmodernos y la cultura política de un país premoderno, impiden la construcción de una mirada crítica hacia la realidad de un país que no conocemos. Y todo ello profundiza el cisma entre los pobres, los actores organizados y los movimientos políticos, creando un caldo favorable para el clientelismo y la conducción mesiánica del populismo y la derecha, hoy asociada con los grupos militares «en servicio pasivo» para detener el avance del Chavismo y el comunismo en Ecuador.
Por ello no hemos sido capaces durante la última década de exitosa resistencia al neoliberalismo, de construir propuestas políticas teóricas y prácticas, culturales y éticas, que sustente una alternativa organizativa democrática que articule los viejos sindicatos, con los jornaleros, los pueblos indígenas con los campesinos pobres, las capas medias y los informales, los serranos con los costeños, los empresarios progresistas y los movimientos ciudadanos y por la igualdad de sexos.
Sin embargo de estas limitaciones, estas fuerzas se han manifestado en movimientos electorales importantes, tal como el que se expresó con la candidatura de F. Elhers, la formación y el crecimiento del Pachakutik, el acceso a mas de 30 gobiernos locales, la alianza que les llevó al gobierno con Lucio Gutiérrez o actualmente la importante presencia de Alianza País, que expresa también, en el terreno electoral una postura democrática y nacional.
Hay que señalar finalmente que la conformación de Alianza País tiene aún un carácter electoral, que se legitima l lograr un alto nivel de votación en la primera vuelta. Sin embargo está por verse si hay voluntad de estructurar Alianza País como movimiento político. Su agenda reivindica la ciudadanía pero no está claro si están dispuesto a impulsar la construcción de espacios públicos, mas allá de las elecciones, en donde esa ciudadanía actúe, se organice y participe. Hay que recordar que este movimiento no logró establecer un acuerdo con actores del movimiento social, que hasta hoy mantienen una postura crítica y está por verse si le interesa impulsar la organización de los pobres, que en buena parte han seguido a los candidatos populistas. Igualmente habrá que ver su postura ante los sectores medios e intelectuales, recelosos de cualquier forma de representación y organización política.
Conclusión
En resumen si en los países donde la izquierda es exitosa se construye un horizonte democrático y nacional, que se sustenta en una amplia alianza de actores sociales de trabajadores y capas medias, junto a los sectores golpeados por el neoliberalismo, con gran capacidad de articular a los marginales, en Ecuador el arco de fuerzas sociales y políticas tuvo capacidad para frenar el avance del neoliberalismo pero no para construir una propuesta coherente de cambio social y de gobierno. En el país gana la fragmentación, sustentada en una cultura corporativa y una retórica de izquierda, donde cada sector va por su lado, a lo sumo articulándose en ciertas coyunturas, especialmente en el terreno electoral.
El contar con un candidato bien posicionado en la segunda vuelta electoral, es un paso importante para las fuerzas sociales y democráticas en el país, pero no suficiente para frenar la contraofensiva de las fuerzas del capital. El problema no es solo electoral, es un problema de relaciones de poder. Por un lado Noboa con su grupo monopólico, su maquinaria electoral, su control de importantes medios de comunicación, con el aval de la Embajada y el respaldo de los grandes empresarios y por otro un movimiento electoral difuso, con una agenda radical sin mayor elaboración y con una relación conflictiva con un movimiento social fragmentado y distante de los pobres del país.
Habrá que ver que pasa el domingo, pero sea el escenario A o el escenario B, sea que gane Correa o que pase a la oposición, las transformaciones significativas quedarán pendientes si solo se confía en una campaña electoral. Ni en Bolivia donde el MAS tiene una fuerte presencia parlamentaria y controla la Constituyente y el ejecutivo, Evo Morales podría hacer algo sin el respaldo del movimiento social movilizado. Chávez por cierto se respalda en las Fuerzas Armadas y en un creciente proceso de organización popular. Lula cuenta con la densa red organizativa y con un partido político con experiencia, pero ha debido replegarse de su discurso radical para poder gobernar.
Es necesario construir factores de poder que permitan enfrentar a la derecha y esto implica reflexionar responsablemente sobre los procesos políticos de América Latina y nuestra propia realidad. Hay una serie de interrogantes que es preciso plantearnos: ¿Cómo integrar y organizar a los pobres desde una perspectiva democrática? ¿Cuáles son los vínculos mas adecuados entre el movimiento político y las organizaciones sociales, que aunque fragmentadas y con límites corporativos, tienen aún cierto peso en el país? ¿Será posible convertir las diferencias étnicas y regionales en fortalezas? ¿Cómo dialogar entre las diversas corrientes democráticas, nacionalistas y de izquierda superando la afiebrada conducta particularista? ¿Habrá voluntad para construir nuevos espacios de debate político y teórico que permitan generar respuestas ante las nuevas condiciones políticas del país? ¿Se podrá construir una organización política de masas que practique la democracia más allá de su discurso?
Ciertamente, la respuesta a estas preguntas no es suficiente para construir un movimiento político democrático, asentado en la diversidad social, étnica, regional y de sexo en nuestro país. También hará falta manejo táctico y una adecuada conducción, que permita orientarse en el complejo y cambiante mundo de la política y construir, desde abajo, desde una lógica de poder constituyente, ya que el poder constituido está siendo expropiado y monopolizado por el buen patrón.
Notas
(1) Ver Auyero Javier: La política de los pobres, Las prácticas clientelares del populismo, Buenos Aires, Manantial, Buenos Aires, 2001.
(2) Es sintomático que en los países donde pervive la clase media como Chile y Uruguay las formas políticas partidarias tradicionales se mantienen.
(3) En este repaso no se han analizado procesos de otros países de la región que enriquecerían el análisis, tal como el caso de Colombia en donde el polo democrático ha ganado un espacio significativo en la capital, Nicaragua donde ganó el FSLN en las elecciones de Noviembre, Uruguay con el Frente Amplio, o Chile con la concertación.
(4) Este término es utilizado por Franklin Ramírez en su libro La insurrección de abril no fue solo una fiesta. Quito: Taller el Colectivo, 2005.
S. Ortiz es académico en FLACSO, Quito (Ecuador). Publicado en La Insignia el 25 de noviembre del 2006.