por Eduardo Gudynas – En los tiempos de las viejas computadoras enormes máquinas calcularon la superficie de tierra necesaria para alimentar la población mundial, y le restaron las áreas perdidas por el avance de la urbanización y otros usos. Las computadoras vibraron y lanzaron sus resultados: en pocos años podría pasarse de una situación de abundancia a otra de escasez de alimentos debido a una producción que no satisfacía el crecimiento exponencial de la demanda.
En el día de hoy se han vuelto comunes advertencias similares, pero lo impactante en este caso es que fueron hechas hace más de 30 años atrás en el reporte “Los límites del crecimiento”. Ese estudio, publicado en 1972 por Donella Meadows y sus colaboradores en el Instituto Tecnológico de Massachussetts, cuestionó que fuera posible un crecimiento económico continuo debido a los límites ambientales. Inmediatamente se generó una polémica desde varios flancos. Desde las corrientes conservadoras y grupos empresariales se rechazaba la existencia de límites ecológicos al crecimiento exponencial de la economía, y se minimizó tanto la reducción de los recursos naturales como la importancia de los impactos ambientales. Pero también muchos grupos de izquierda cuestionaron el informe, viéndolo como una imposición burguesa o una demanda neo-malthusiana que impediría el desarrollo de los países del Tercer Mundo.
Hoy, la crisis de los alimentos y la espiral de crecimiento del petróleo, vuelve a poner en el tapete aquellas advertencias sobre los límites ambientales que enfrentan las estrategias convencionales defensoras de un crecimiento económico continuo.
Por todos conocidos es el caso de los hidrocarburos, ya que desde hace años no se descubren reservas significativas y el precio del barril ha aumentado al rango de los 100 dólares. En el caso de los granos y otros alimentos, si bien la producción ha mostrado una tendencia al crecimiento, simultáneamente las reservas mundiales caen. Por ejemplo, en el caso de los cereales estarán en su nivel más bajo en 25 años, alcanzando los 405 millones de toneladas en 2007/08. Entretanto, los precios internacionales de los alimentos no dejaron de aumentar. El índice de precios de los alimentos de FAO registrara un aumento del 23% en 2007 en comparación con los precios del año anterior, mientras que los precios del 2006 también eran superiores a los del 2005. En los primeros meses de 2008 los precios siguen subiendo.
El actual aumento de los precios de las materias primas termina alimentando estrategias extractivistas en todo el continente. La envergadura de esos aumentos, que se observan no sólo en hidrocarburos y agroalimentos, sino también en otros productos, como los minerales, ha llevado a sostener que nos encontramos en un “super-ciclo” de materias primas. Un “super ciclo” de este tipo se define como un aumento real en el precio de los commodities, desencadenado por una demanda sostenida, y de por lo menos una década de duración. El concepto fue rescatado hace algunos años por el aumento de precios de los minerales aunque enseguida se repitió con los productos agropecuarios.
Esto desencadena otra particularidad de la situación actual. Mientras que en el pasado los problemas giraban alrededor de la pérdida de mercados exportadores o el deterioro del precio de las materias primas (uno de cuyos ejemplos mas recordados fueron las denuncias sobre los términos de intercambio), en la actualidad existe una fuerte demanda de productos con altos precios. Muchos países latinoamericanos disfrutan de esa coyuntura y en ellos el debate ahora reside en la distribución de los excedentes económicos de esa inserción internacional.
Pero estas corrientes exportadoras están inmersas en está basada en intensas externalidades sociales y ambientales. Por ejemplo, el bioetanol de Brasil logra menores costos de producción pero a costa de emplear mano de obra con bajísimos salarios y paupérrimas condiciones de empleo. Entretanto, el aumento de la producción agropecuaria se hace a costa de avanzar sobre nuevas áreas silvestres, generando un enorme impacto negativo sobre la biodiversidad, o en intensificar el uso de las tierras que ya han sido usadas en cultivos o ganadería. Pero esto generará otros impactos ambientales, como aquellos debidos al aumento en el uso de fertilizantes (estimándose que su consumo crecerá a una tasa de 2.7% anual hasta el año 2012). En algunas zonas, la aplicación de agroquímicos alcanza los mismos volúmenes registrados en Alemania o Francia. Asimismo, buena parte de las zonas más fértiles de las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay, tienen el mismo grado de antropización al observado en las grandes planicies agrícolas de Estados Unidos.
Estos ejemplos indican que se enfrenta la escasez de recursos, sino también una acumulación de los impactos sociales o ambientales. En otras palabras, aún en el caso que los recursos no sean escasos, por ejemplo por el hallazgo de nuevos depósitos de petróleo, lo cierto es que se generan efectos negativos muy intensos, tanto a escala global (como el cambio climático) como a escala regional en América Latina (por reducción de áreas silvestres, grandes cambios en los ciclos ecológicos y contaminación).
Ninguna de estas advertencias sobre los impactos o límites ambientales es nueva, y se han desarrollado desde los años 70. Pero a pesar de todo esto, en América Latina persisten actitudes que rechazan o minimizan estos problemas, prevaleciendo un mito que concibe al continente como una región repleta de enormes recursos que aguardan por ser aprovechados, amplias zonas potencialmente cultivables y grandes espacios silvestres que amortiguarían los impactos ambientales.
Esas posturas defensivas también tienen una larga historia, y un buen ejemplo fue la respuesta latinoamericana al informe de Meadows. El llamado “Modelo Mundial Latinoamericano”, fue elaborado en 1975 en la Fundación Bariloche (Argentina). Este modelo rechazaba casi todas las conclusiones del informe de Meadows, ya que sostenía, por ejemplo, que las restricciones a la producción de alimentos podía superarse expandiendo la agropecuaria sobre las áreas silvestres, como la Amazonia, mientras que los límites energéticos no existirían debido a que se debería usar energía nuclear a gran escala con lo cual se asegurarían las necesidades por un plazo prácticamente indefinido.
Actualmente se repiten posturas similares. No se pone en cuestión esos límites ecológicos, y por el contrario se intenta acentuar la explotación de materias primas para aprovechar la actual coyuntura internacional y generar mayores tasas de crecimiento económico. Esto ocurre a lo largo de todo el espectro político, desde la defensa de la minería que hace el gobierno de Alan García en Perú al rechazo de Lula da Silva de los que intentan detener las represas en la Amazonia para “salvar unos bagres”; desde la apuesta a las minas de carbón en Colombia a las propuestas nucleares de Michele Bachelet en Chile; y así sucesivamente. Buena parte de los actores políticos se sienten inmunes a esos límites ecológicos, y por el contrario, sienten que este es su momento histórico, y deben aprovechar los altos precios internacionales para alimentar sus ansias de crecimiento económico.
Las advertencias sobre los límites ambientales se han repetido por lo menos durante treinta años. Sin embargo los economistas tradicionales, los actores políticos, tanto conservadores como progresistas, y muchos otros grupos sociales, no han querido oír esas advertencias. La actual crisis de altos precios brinda una nueva oportunidad para revisar las bases conceptuales de las estrategias de desarrollo. Será necesario comenzar por aprender a escuchar otras voces.
E. Gudynas es analista de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) y D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina).
El presente artículo es un resumen de un texto publicado por el Programa de las Américas del CIP (Center International Policy) el 6 de mayo 2008. La versión completa está disponible en aquí … Reproducido en el semanario Peripecias Nº 95 el 7 de mayo de 2008.