Argentina: reflexiones para una etapa post-kirchnerista

Argentina: reflexiones para una etapa post-kirchnerista

por Roberto Mansilla Blanco – Las elecciones presidenciales previstas para el próximo 25 de octubre en la Argentina definen el final de un ciclo político marcado por la preponderancia hegemónica de lo que se ha denominado como el “kirchnerismo”, cuya irradiación no sólo se limita estrictamente al campo peronista sino también del escenario político y electoral argentino. Independientemente del resultado electoral y, principalmente, de la candidatura presidencial “kirchnerista” vencedora del proceso electoral primario previo a estos comicios presidenciales, el país abordará inevitablemente una etapa “post-kirchnerista”, cuyas repercusiones ejercerán una indudable influencia sociopolítica y electoral para los próximos años.

Es por ello que, dentro del actual contexto político y preelectoral argentino(1), resulta oportuno un ejercicio de reflexión sobre las peculiaridades de este fenómeno político denominado “kirchnerismo”, sus bases y estructuras políticas y de poder presentes en la vida pública argentina desde que, en mayo de 2003, el desaparecido ex mandatario Néstor Kirchner(2) asumiera la presidencia.

La sucesión presidencial planteada a partir de los comicios de 2007 en manos de la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner, posteriormente reelegida en 2011 con el 54,7% de los votos, consolidó esta hegemonía política del “kirchnerismo” durante más de una década, cuyo peso e influencia definió una nueva correlación de fuerzas en el sistema político argentino, consolidando la quiebra del tradicional bipartidismo existente desde el retorno a la democracia en 1983(3). Del mismo modo, el “kirchnerismo” ofrece una renovación de identidades políticas a través del clásico discurso e imaginario político peronista, al mismo tiempo que coopta y procrea la asunción de actores políticos y sociales emergentes, evidenciando con ello una notoria desarticulación del sistema y del establishment político existente hasta ese momento(4).

Con todo, la recomposición política acaecida tras las elecciones legislativas de octubre de 2013 alteraron el equilibrio legislativo hegemónico del “kirchnerismo”, donde el gobernante Frente para la Victoria (FpV) perdió la mayoría parlamentaria necesaria para eventualmente impulsar un proceso de reforma constitucional a través del poder legislativo, con la perspectiva de permitir a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner postularse en 2015 para un nuevo mandato presidencial.

Desechada esta fórmula, el contexto actual determina las variables orientadas a vislumbrar una etapa “post-kirchnerista”, independientemente del hecho de que el FpV conserve la presidencia a través de una victoria electoral en los comicios presidenciales de octubre próximo. El triunfo de Daniel Scioli como candidato de la FpV tras las elecciones PASO realizadas a comienzos de agosto de 2015 define así una nueva etapa, en la cual el abanderado “kirchnerista” para las próximas elecciones ya no tendrá al frente a ningún miembro de la familia Kirchner(5).

Más allá de lo que puede sugerir la semántica identificada en el carácter personalista o familiar inherente al término “kirchnerismo”(6), y sin detenerse excesiva o necesariamente en la preponderancia de este factor, el objetivo del presente texto es intentar rastrear cuáles son los canales de composición y articulación política y social del espacio ocupado por el “kirchnerismo” en la vida pública argentina desde 2003, a partir de la construcción de un nuevo sujeto político, así como sus posibilidades de consolidación y perdurabilidad para los próximos tiempos(7), tomando en cuenta el contexto electoral 2015 que anuncia la inevitable asunción del “post-kirchnerismo”, ya sin los Kirchner al frente.

La cooptación como eje político

Desde una perspectiva preliminar, lo que se ha denominado como el “kirchnerismo” sugiere interpretarse como una reproducción del clásico populismo(8) de izquierdas, en este caso particular de la impronta peronista tradicionalmente presente en el volátil escenario político argentino. Con todo, la correlación de movimientos y actores que fluyen dentro del “kirchnerismo” no corresponde, única y estrictamente, a un campo político y social determinado por la influencia peronista. Caben aquí diversos elementos, traducidos en sectores con amplias expectativas progresistas de participación ciudadana, coadyuvadas o articuladas dentro o por un nuevo movimiento sociopolítico.

El contexto que vive Argentina tras la restauración democrática de 1983 y, particularmente, tras la crisis económica de 2001-2002 (el tristemente célebre “corralito”) permite definir la definición y progresiva composición de un nuevo sujeto político, en este caso encarnado en el “kirchnerismo”. Su ascenso se debe, en gran medida, a las reacciones contrarias por parte de un notable componente ciudadano hacia la preponderancia del bipartidismo establecido desde 1983, encarnado en el Partido Justicialista (peronista) y la Unión Cívica Radical (UCR) así como, particularmente, de las secuelas del “menemismo”, ilustradas en la década de gobierno del ex presidente Carlos Saúl Menem (1989-1999).

El “menemismo” se decantó, en el plano económico, por la vigencia del modelo neoliberal imperante en América Latina a través del denominado Consenso de Washington, así como ilustró una política de indultos hacia miembros de la Junta Militar argentina (1976-1983)(9), que llevó a una fuerte reacción política y social, motorizada a partir de 2003 por la propuesta política de Néstor Kirchner.

Por tanto, resulta pertinente considerar que el “kirchnerismo” encarnó las banderas de progreso social y reivindicaciones en materia de derechos humanos de una serie de colectivos sociales no lo suficientemente representados en la arena política argentina. Así mismo, y observado desde un contexto regional, el “kirchnerismo” representó igualmente una continuidad al viraje político hacia diversas manifestaciones de izquierda presentadas en América del Sur desde la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (1998) y, posteriormente, de Lula da Silva en Brasil (2002), escasos meses antes de la ajustada victoria electoral de Néstor Kirchner, alcanzada con apenas el 22% de los votos en los comicios presidenciales de mayo de 2003.

En este atomizado y volátil panorama político “post-corralito”, cabe preguntarse: ¿qué factores llevaron a Néstor Kirchner a la presidencia? ¿Qué expectativas generó su movimiento? ¿Cuáles fueron sus señas de identidad? La polarización social heredada por una década de “menemismo”, en particular ante la oleada de privatizaciones en el plano económico y la disminución del papel del Estado en la sociedad, así como la persistencia de una serie de reivindicaciones sociales, principalmente en materia de derechos humanos, permitieron fortalecer la estructuración de un nuevo actor político, en este caso el “kirchnerismo”, como una variable más dentro de un movimiento ya presente y tradicionalmente hegemónico en la política argentina (el peronismo), a través de un liderazgo de origen regional, establecido con anterioridad durante sus períodos de gobernador de la provincia de Santa Cruz (1991-2003), con sus consecuentes estructuras y redes de poder.

Por tanto, en este contexto de crisis económica y social que vivía la Argentina en 2003, polarizado por la intensa volatilidad política, síntomas agravantes de crisis de legitimidad y de representatividad política, quiebra del Estado social del bienestar y aumento del desempleo y la pobreza motivado por el “corralito” y el fracaso de las políticas macroeconómicas neoliberales, el “kirchnerismo”, a pesar de su ajustada victoria electoral, emergió como un actor tan inevitable como muy probablemente necesario a la hora de estructurar un proyecto de país que hiciera frente a la crisis, del mismo modo que permitiría interpelar y representar las crecientes demandas de representatividad política y de reivindicaciones sociales por parte de diversos movimientos de la sociedad civil.

Surgen aquí herramientas de estructuración como la cooptación, la transversalidad y la bi-direccionalidad, que le dieron dimensión, amplitud y popularidad al “kirchnerismo” y a su movimiento político, el Frente para la Victoria (FpV). Todo ello combinado con la utilización del elemento polarizador, tradicionalmente inherente al discurso populista(10), así como de la interpelación y la “resignificación” de diversos movimientos sociales, otorgándoles una voz protagónica. Así:

La eficacia del proyecto kirchnerista en referencia a los movimientos sociales protagonistas no admite respuestas simple ni unívocas, pero podemos que hay una serie de aspectos claves a tener en cuenta en relación a la dinámica política de los sectores movilizados y su relación con el kirchnerismo: el discurso, las políticas y los gestos destinados a producir las nuevas articulaciones hegemónicas combinadas con una estrategia de aislamiento de las organizaciones que se colocaron como opositoras al gobierno (…) El análisis del kirchnerismo es insoslayable destacar la elaboración de un discurso que dominó la crisis, articulando la promesa de inclusión social, redimiendo el mito del Estado reparador y orientado a restablecer el lazo representativo(11).

Así, el éxito del “kirchnerismo” permitió establecer una eficiente combinación de elementos, actores y demandas, a través de un discurso coherente que reivindicó el papel de la política, del Estado, del pueblo y de la nación. Todo ello a través de la construcción de un nuevo movimiento de masas con un nuevo discurso y un liderazgo propio con pretensiones hegemónicas, captador de diversas demandas sociales y reivindicador del papel de la juventud en la lucha armada de la década de 1970 como elemento de articulación de diversas propuestas progresistas de carácter igualitario(12), muy presentes en el imaginario político de los Kirchner desde sus años universitarios.

Por tanto, ¿qué sectores se adhirieron al nuevo campo político abierto o inaugurado por el “kirchnerismo”? Una masa heterogénea de actores y sectores, con diversidad de intereses y demandas pero igualitarias ansias de representatividad y protagonismo, adquirió así una definición política palpable dentro del “kirchnerismo”, así como en el apartado de la articulación de sus políticas públicas y de la conformación de una base popular de apoyos políticos y electorales.

Entre estos sectores heterogéneos destacan aquellos de carácter antimilitarista (en especial las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo), muy activos durante la derogación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final; movimientos sociales y sindicales, en especial el movimiento de los Piqueteros(13), el Movimiento Evita, Frente Transversal, Movimiento Libres del Sur (posteriormente distanciado del “kirchnerismo”), Federación de Trabajadores de la Tierra y la Vivienda (FTV), la Central de Trabajadores Argentinos, CTA (en oposición a la tradicionalmente peronista Confederación General del Trabajo); el apoyo de las bases y sectores tradicionalmente peronistas, así como de nuevas generaciones de jóvenes universitarios “kirchneristas” (organización La Cámpora)(14) y de otras formaciones políticas electoralmente en declive (FREPASO)(15); y determinados sectores empresariales y financieros(16), en especial aquellos beneficiados con los años de bonanza económica (2005-2009) producto del alza de los precios internacionales de materias primas como la soja.

Esta articulación de actores y sectores permitió configurar una nueva correlación de fuerzas y de demandas internas, las cuales permitieron ampliar los canales de participación, cooptación y transversalidad, dándole forma y contenido al movimiento:

(…) el kirchnerismo, al tiempo que constituye a los movimientos sociales dotándolos de una identidad, estos últimos simultáneamente constituyen al kirchnerismo configurando nuevas demandas hacia el interior del espacio gubernamental, produciéndose un vínculo bidireccional de contaminación mutua (…) Los modos de visibilización constaron principalmente de tres acciones: la protesta directa (el corte de ruta o piquete), el trabajo comunitario en los barrios (acción territorial) y la democracia asamblearia(17).

Una vez alcanzado el poder, Kirchner logró cooptar a estos sectores a través de un proceso de asimilación e, incluso, con pretensiones de institucionalización dentro del aparato gubernamental y estatal, motorizado por el acceso a recursos, el otorgamiento de subsidios y la inclusión de miembros de estos sectores (piqueteros, FTV, Barrios de Pie, Movimiento Evita, etc) en diversos organismos estatales y gubernamentales, a través de un visible proceso de domesticación política, una práctica que evidenció la reproducción de políticas de carácter clientelar heredadas de viejas estructuras de poder(18). Todo ello impulsado por la bonanza económica de los primeros años del “kirchnerismo”, aspecto que permitió activar políticas públicas de carácter social inclusivo y reivindicativo para estos sectores, entre los que destacan el Plan Jefes y Jefas, Plan Familias por la Inclusión y el Seguro de Empleo y Capacitación, creación de cooperativas de trabajadores, el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) y el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas por sus Trabajadores (MNFRT)(19), amparados por la recuperación de los índices de crecimiento económico, empleo y de las reivindicaciones salariales tras los duros años del “corralito”.

Si bien estas políticas públicas y la redefinición de un contexto de retorno del crecimiento económico permitieron fortalecer la popularidad del presidente Kirchner y de su movimiento, este proceso de inclusión, asimilación y resignificación provocó, en algunos casos, síntomas de polarización interna, derivadas de la contradicción entre sus demandas e intereses originales y de una nueva realidad traducida en su domesticación y asimilación dentro del campo “kirchnerista”(20), agrietando incluso su escenario político y electoral.

Con todo, el auge político del “kirchnerismo”, tanto como su dimensión de carácter histórico, puede igualmente atribuirse a la gestión realizada por el presidente Néstor Kirchner en materia de justicia sobre las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura militar (1976-1983). Bajo la perspectiva de “juicio y castigo a los culpables” y de “verdad, memoria y justicia”, el apoyo gubernamental a la derogación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, así como la adhesión a la Convención de las Naciones Unidas a la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad, le permitió al presidente Kirchner articular una serie de apoyos y una fuerte popularidad, entre diversos sectores y movimientos sociales que constituyen auténticas referencias en materia de defensa de los derechos humanos, en particular las Madres de la Plaza de Mayo(21).

La política exterior “latinoamericanista e antiimperialista”

Una perspectiva similar puede encontrarse en la vocación latinoamericanista y “antiimperialista”(22) de la política exterior de los gobiernos Kirchner, así como su perspectiva de integración regional, plenamente autóctona, en clara sintonía con los procesos de cambios políticos y de sistemas de integración establecidos en América Latina a comienzos de la década de 2000. En ello, el “kirchnerismo” estableció una fuerte contrariedad con la preponderancia de los postulados del FMI y del ALCA como sistema hemisférico de integración impulsado desde Washington.

Sin menoscabar determinados síntomas de fricción, motivados por políticas internas de los sistemas de integración establecidos (MERCOSUR) o disputas de carácter limítrofe (Uruguay), así como aplicando el pragmatismo en política exterior, esta sintonía de los gobiernos Kirchner permitió establecer sinergias y compatibilidades con gobiernos progresistas y de izquierdas, como el de Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay o el eje “bolivariano y socialista” de los gobiernos de Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, así como el apoyo a nuevos organismos de integración (UNASUR, CELAC).

Así, el “kirchnerismo” logró ampliar una sólida base de apoyos a nivel regional a través de la celebración de cumbres de movimientos sociales, como ocurriera con su auspicio a la Cumbre de los Pueblos de Mar del Plata (2005) en abierta oposición al ALCA y fuertemente monopolizada por la recién creada ALBA. Este encuentro se celebró en paralelo a la Cumbre de las Américas que contó con la presencia del ex presidente estadounidense George W. Bush, un aspecto que evidenció el carácter latinoamericanista y “antiimperialista” de los gobiernos Kirchner, equilibrando su condición de anfitrión de dos cumbres regionales diametralmente opuestas en sus postulados, reforzando así el carácter pragmático de su política exterior.

La estrategia política de cooptación hacia nuevos actores y movimientos sociales, tradicionalmente marginalizados y estigmatizados dentro del establishment político “pre-Kirchner”, otorgándoles voz y protagonismo político; el pragmatismo sin foco excesivo en la ideología; y la necesidad de crear un nuevo sujeto político pretendidamente hegemónico, fueron factores que evidenciaron la popularidad y continuidad del “kirchnerismo” como movimiento político en la Argentina contemporánea.

Debe por tanto evitarse caer en la perspectiva de categorizarlo como un espacio“homogéneo y completamente verticalista”, sino más bien definirlo como una expresión constituida por diversos “matices y pugnas internas”, probablemente diseñadas en la construcción de un nuevo sujeto político con pretensiones de erigirse en marcado “contrapeso el Partido Justicialista dentro de la transversalidad”, en el cual los actores y movimientos que lo integran pasaron “de la resistencia al empoderamiento institucional”, disputando así “los sentidos del interior del kirchnerismo con otros grupos”(23).

En este sentido, en la pretensión por construir un nuevo sujeto político, puede definirse que el “kirchnerismo”

(…) articula un modelo de acumulación, un régimen político y con una trama discursiva que configura un ordenamiento (…) El kirchnerismo dispuso un doble juego, el cual identificamos como la amalgamando una lógica populista y una lógica institucional. Mientras el populismo le posibilitó la conformación de un nuevo campo popular, articulando discursivamente un conjunto de demandas negadas por el orden social, ofreció respuestas institucionales al absorber y recomponer las demandas particulares en un proceso de inclusión (…) Esto le otorgó la posibilidad de incorporar demandas de los movimientos sociales en un registro institucional que lógicamente tuvo efectos en la construcción de un orden diferente que, como todo orden, es producto de las tensiones, los conflictos, los procesos destituyentes y reinstituyentes(24).

El imaginario “kirchnerista”: la recuperación de lo “nacional-popular”.

El ejercicio de construcción (o incluso de reconstrucción) de un nuevo sujeto político, agrupando en una plataforma heterogénea a diversos actores y movimientos contrariados por su escaso protagonismo y abiertamente descontentos en términos de representatividad y legitimidad política con respecto al establishment existente, no podía completarse sin la definición (no menos vaga) de conceptos propios del peronismo clásico, en especial los de “Pueblo” y “Patria”, en la necesidad de reinterpretarlos a través de un nuevo imaginario de lo “nacional-popular”.

En este sentido, una definición del concepto de “nacional-popular” puede establecerse como:

El campo “nacional-popular” se constituye a partir de un conjunto de experiencias, imaginarios, figuras, mitos, símbolos y relatos ligados al peronismo, el nacionalismo revolucionario, al campo de las izquierdas y a miradas revisionistas de la historia, a los que los organizadores apelarán de distinta forma configurando así sus identidades. Este “telón de fondo” es resignificado y atravesado por las identidades de las organizaciones que tomarán esos elementos articulando sus cadenas de significación(25).

Así, la pretensión de Kirchner de “Hacer Patria” permitió la construcción de un nuevo imaginario “kirchnerista” a partir de términos identificados con el imaginario peronista y la izquierda nacionalista y revolucionaria, pero contextualizados en la nueva realidad de la Argentina contemporánea. La reordenación del concepto peronista de lo “nacional-popular” permitió al “kirchnerismo” dotarse de un elemento ideológico clave en la pretensión por constituir este nuevo sujeto político(26), reagrupando a diversos actores y movimientos y atribuyéndoles un claro carácter de representatividad política.

En este sentido, en la orientación de observar cómo diversos sectores sociales fueron adhiriéndose al “kirchnerismo” a través de su impulso a una nueva representatividad “nacional-popular”, es pertinente reproducir aquí algunos fragmentos de una entrevista realizada en 2007 a un militante social del “kirchnerismo”:

Que nosotros fuéramos parte del kirchnerismo…nos permitió a nosotros acercarnos a todo un sector de la sociedad, que antes para nosotros era como más ajeno (…) Nosotros siempre tuvimos una identidad, lo que te decía, nacional y popular, una identidad que en los últimos años había estado muy fragmentada(27).

Para el “kirchnerismo” y su pretensión por hegemonizar el espacio político peronista, la apropiación de la terminología de lo “nacional-popular” supuso en este sentido una recuperación de estos postulados en aras de construir este nuevo sujeto político, principalmente de cara a sectores atomizados en cuanto a su representatividad.

En este sentido, el amplio espectro peronista existente en los diversos ámbitos de la sociedad y la institucionalidad argentinas, particularmente determinado por su condición popular enraizada en las comunidades, reivindicador del pueblo, antagónico y polarizador en término de clases sociales, dotado de una eficiente maquinaria partidista, prácticamente monopolizador del espacio político que le permite marcar iniciativas y pautas de actuación traduciéndose en actitudes reactivas por parte de sus opositores(28), fue un factor esencial para la vertebración del “kirchnerismo” como movimiento político electoral no sólo dentro de los sectores tradicionalmente peronistas sino también de cara a cooptar otras organizaciones (como los piqueteros) tradicionalmente reivindicadoras del legado peronista.

La recuperación del campo “nacional-popular” le permitió a los Kirchner focalizar una estrategia de antagonismo y polarización política sumamente efectiva a la hora de popularizar al “kirchnerismo” como articulador de este nuevo sujeto político. El antagonismo “nosotros-ellos”, “Pueblo-Oligarquía”, “Pueblo” y “Enemigos del Pueblo” sirvió como elemento de unificación y agrupación de diversos sectores, incluso en la arena internacional ante las controversias con organismos internacionales (FMI, acreedores de la deuda argentina, etc)(29). De este modo:

(…) –el discurso kirchnerista– explotó los dos sentidos de “pueblo” que fueron receptados con variaciones por la ciudadanía y las organizaciones. Mientras que en un sentido pueblo se equiparaba con populus y “ciudadanía” y así la democracia implicaba una promesa de plenitud, estabilidad y gobernabilidad, “un país normal” como le gustaba repetir al ex presidente Kirchner, por el otro pueblo se equiparaba a plebs, de modo tal que se recuperaba la tradición plebeya del peronismo (Svampa, 2005) e interpelaba a organizaciones en una lucha contra los sectores dominantes, reaccionarios y de derecha condensados en la “oligarquía”. (Biglieri y Perelló, 2007). En este sentido una de las lógicas políticas presentes en el kirchnerismo que interpeló a los movimientos sociales se vincula al populismo en el sentido específico que le otorga Ernesto Laclau (2005) ya que provocó la división del espacio social en forma dicotómica y activo el imaginario del viejo enemigo del campo popular en el que ahora se hallaba como central el gobierno de Kirchner(30).

Es pertinente considerar que el imaginario “nacional-popular” procreado por el “kirchnerismo” ha servido de vehículo de vinculación entre el líder y el pueblo, en ocasiones a través de reproducciones simbólicas pseudo-religiosas, particularmente evidentes tras el súbito deceso de Néstor Kirchner en septiembre de 2010.

En este sentido, las exequias fúnebres del ex presidente realizadas en octubre de 2010 en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos(31) ubicada en la Casa Rosada del gobierno argentino, así como la inclusión del fallecido ex presidente al lado de figuras y representaciones históricas argentinas, como José de San Martín, Juan Domingo Perón, Eva Duarte de Perón o Hipólito Irigoyen, y otras latinoamericanas, como Simón Bolívar, Tupác Amaru, Benito Juárez, Ernesto “Che” Guevara o José Martí, entre otros tantos, sugiere la sincronización de una especie de culto político hacia su legado, perpetuando su presencia en la vida pública e institucional argentina.

Esta perspectiva se observa, igualmente, con la inauguración en diciembre de 2011 del Salón Néstor Kirchner en la sede de la Vicepresidente del Gobierno Bolivariano de Venezuela(32), en el Palacio de Miraflores de Caracas, acto institucional que contó con la presencia del fallecido ex presidente venezolano Hugo Chávez, amigo y aliado político de Kirchner, y de su esposa y actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Esta reproducción simbólica de mecanismos de culto político que expresan y refuerzan la perspectiva de la ideología “nacional-popular” como motor político del “kirchnerismo” puede igualmente observarse en la utilización de imágenes de Eva Duarte de Perón en diversos actos políticos e institucionales por parte de la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Esta reproducción, que igualmente sugiere un factor de género tomando en cuenta el legado político de Eva Perón como liderazgo feminista y baluarte de los pobres, un factor constantemente exaltado por el matrimonio Kirchner, supone otro elemento que permite vertebrar esos canales de popularidad que el “kirchnerismo” ha logrado construir desde instancias del poder.

Los dilemas del “post-kirchnerismo”

Dentro del contexto electoral presidencial 2015, y ante la elección de un nuevo liderazgo “no kirchnerista” dentro del oficialismo, ¿en qué medida pueden ahora Daniel Scioli y el Frente para la Victoria liderar una nueva dirección dentro del “kirchnerismo”? ¿Se puede hablar sin ambigüedades de una etapa “post-kirchnerista”?

La hegemonía del “kirchnerismo” dentro de un amplio y heterogéneo campo político y social se abre ahora ante una etapa de definiciones sobre su continuidad que, visto desde diversas perspectivas, acomete inevitables incertidumbres. El fallecimiento de Néstor Kirchner (septiembre de 2010) y la imposibilidad constitucional de reelección de la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que llevó a la elección de Daniel Scioli como candidato del FpV en las pasadas PASO de agosto pasado, delega la atención en cómo el “kirchnerismo” seguirá manteniendo su vigencia, toda vez el campo peronista se muestra fracturado aunque aún visiblemente mayoritario dentro del escenario político y electoral argentino.

Desprovisto del marcado cariz carismático de sus predecesores y proveniente de una familia económicamente acomodada, lo cual contradice la raigambre popular presente en las bases de apoyo al “kirchnerismo”, Scioli liderará un movimiento claramente hegemónico y ya prácticamente metabolizado dentro del campo político, social e institucional argentino. En este caso, su sucesión institucionalizada a través de un proceso electoral abierto le confiere una legitimidad de origen para la militancia “kirchnerista”, cuya lealtad muy probablemente será transmitida por inercia por parte de sus militantes, en especial ante la tarea de acometer las rupturas internas (Massa) y especialmente la arremetida de una candidatura de derechas (Macri).

Con todo, el liderazgo de Scioli puede progresivamente complicarse hasta ofrecer diversos síntomas de transitoriedad e incluso de precariedad, dependiendo del resultado electoral del próximo 25 de octubre y de la fortaleza política con la que emerja el “post-kirchnerismo”. La tradicional condición personalista inherente al “kirchnerismo” supone inevitablemente un obstáculo político tanto para Scioli como para cualquiera que pueda pretender abanderar el legado de Néstor Kirchner, así como para el establishment político argentino. Por tanto, no se debe desestimar en un horizonte futuro las potencialidades de liderazgo del hijo del matrimonio Kirchner, Máximo Kirchner, también ganador de una lista propia en la provincia de Santa Cruz en las pasadas PASO. Por tanto, y como batuta de La Cámpora, la escuela de formación de las juventudes “kirchneristas”, Máximo Kirchner puede asomarse en el futuro como un reivindicador del legado de su padre, reproduciendo así el liderazgo familiar.

Sea por mor del resultado electoral o bien por las contradicciones propias de la labor de gobierno, el escenario actual del “post-kirchnerismo” aduce igualmente de los riesgos de progresivo desvanecimiento y fragmentación del movimiento, reproduciendo históricamente un escenario similar al del peronismo clásico. En todo caso, e independientemente de los liderazgos sucesores, doce años de gobiernos “kirchneristas” amparados en la estrategia de la cooptación y la inclusión de sectores anteriormente desplazados del protagonismo político, han creado un nuevo sujeto político a partir de bases estructurales ya edificadas, inserido e institucionalizado en el aparato gubernamental y estatal, un aspecto que evidencia porqué es difícil intuir un eventual desvanecimiento del “kirchnerismo”.

Su consistencia a mediano y largo plazo se vería igualmente reforzada ante la reproducción de la clave populista representada por el discurso dicotómico y de confrontación inherente a la polarización de clases, una herramienta política sumamente efectiva por el “kirchnerismo” para su irradiación y mantenimiento en el poder. Pero es posible intuir que la nueva etapa que se abre ahora bajo un liderazgo “post-kirchnerista” defina un nuevo equilibrio en la correlación de fuerzas existentes en el establishment político argentino, aunque sin reproducir el volátil y crítico contexto acaecido en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia.

Publicado en la revista Densidades Nº 18 (Argentina), octubre 2015. La presente versión fue publicada en el sitio del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacioanl (IGADI), aquí …