El malestar de la cultura, o por lo menos de la prensa

El malestar de la cultura, o por lo menos de la prensa

por José da Cruz – En la medida en que la gran prensa se alineó con los intereses del poder económico y político, proceso catapultado por la histeria colectiva que desataron los atentados de setiembre de 2001 en los Estados Unidos, fue perdiendo credibilidad. No es que la alineación hubiera sido una novedad: en todas las guerras y revoluciones de la sociedad industrial –parte de la cual son los medios de masas– noticias y opiniones han estado al servicio de “la causa”, sea esta cual fuere. Hoy en día, hablar de la prensa como sagrado templo de la objetividad nos despierta una sonrisa irónica.

La reacción ha sido la prensa alternativa, desde periódicos opositores publicados según la represión o la economía hasta hojas a mimeógrafo semi clandestinas o su versión más moderna, las fotocopias. En nuestros días, ya digerida por gran parte de la sociedad la revolución Internet, esto se expresa en muchas variantes de comunicación electrónica y clánica. Coexisten dos mundos; el oficial con “las noticias” y el clánico con “la verdad”: diarios, radios y televisoras nos informan de lo oficial, pero “lo que importa” está en el boletín, el chat, la lista de correos, el blog o el sitio web. Mucho de este material se relaciona de todos modos al mundo oficial.

Si esto es bueno o malo no lo sabemos. Es malo para la prensa, que, como en nuestro país (*), trata de adaptarse a los tiempos mediante publicaciones de bajo costo como actualmente lo son La República o La Diaria, o los anunciados –aún no editados– periódicos gratuitos del tipo de Metro, como en España y otros países. Anotábamos en otro artículo que el valor de la mercadería – noticia tiende a cero mientras los ingresos se centran en la publicidad. La verdad única se desmadeja y el receptor – emisor enfrenta la responsabilidad de fundamentar sus opiniones, ya que mucha basura mediática tiene la misma vida que los fuegos artificiales: puede brillar un momento, pero se hace humo con mayor o menor rapidez. Quien quiera mantenerse como una opción informativa interesante debe jugar con armas limpias.

Los periodistas ven amenazado su pan y su razón de ser, y reclaman nuevos modelos de información. En enero de este año se reunió en Caracas el VI Foro Social Mundial donde se discutió este tema. Dicen declaraciones recogidas por Prensa Latina que hay necesidad de redes de periodistas independientes para contrarrestar las campañas mediáticas orquestadas por el gran capital, y es necesario que los periodistas se preparen mejor en otro sentido del que le dan a este concepto la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y Reporteros Sin Fronteras (RSF). La periodista argentina Claudia Quiñones recordó que en “cursos organizados por la SIP /se desarrolla/ la hipótesis de un conflicto en un país llamado Surdistán”, lo que es como decirbusiness as usual. Por su parte, el cubano Tubal Paez recordó que pese a las campañas de desprestigio y acusaciones sobre falta de libertad de prensa “en Cuba hace cuarenta y ochoaños que no es asesinado un periodista”, y el último fue muerto por encargo de Fulgencio Batista. RSF coloca invariablemente a Cuba en la lista más negra, ahora en compañía de Venezuela por las dudas…

Junto a este periodismo tradicional, con todas sus variantes y sus conexiones a Internet, está el periodismo artesanal, independiente, no profesional –en la medida que en la mayoría de los casos las colaboraciones no se pagan–, particular, ciudadano o como quiera llamársele. Aquí, en innumerables sitios de Internet incluyendo las enciclopedias libres, aparecen artículos con un grado de especialización al que solo tenían acceso anteriormente quienes estaban en la esfera académica. Es el “consumidor” quien determina la credibilidad o importancia de fuentes y autores; autor y lector se emparejan en la misma categoría intelectual y suelen invertir sus papeles.

En este momento histórico se habilita posibilidad de investirse con estos roles a un público aún más amplio que aquel que tradicionalmente ha formado la universidad de masas. Ignacio Ramonet definió recientemente a un intelectual como alguien que descuella en ciencias, arte o cultura “para movilizar a la opinión pública en favor de ideas que considera justas”, y su función es “dar sentido a los movimientos sociales” en el camino hacia más libertad y menos alienación. Tal vez, a las disciplinas nombradas como campo de acción intelectual, haya que agregar hoy el ciberespacio. Las cifras sobre lectores o autores de, por ejemplo, blogs o sitios web reafirman su carácter de líderes de opinión y en muchos casos motores de movilización.

(*) El autor se refiere a Uruguay.

 

J. da Cruz es geógrafo y novelista, y analista en CLAES D3E. Publicado en el semanario Peripecias Nº 5 el 12 de julio 2006.