por Carlos González Isla – Intelectual argentino que fue «apadrinado» por el historiador inglés Eric Hobsbawm en la década del 60, asegura que el país de Hugo Chávez será el pivote para la futura integración regional. Al respecto advierte, que cuando se juzga a un gobierno »hay que hacerlo por el contenido de sus políticas y no sólo por la forma populista que éste adopta».
La última vez que el intelectual argentino Ernesto Laclau visitó Chile fue hace diez años, para presentarse en la Universidad Arcis. Hoy está de vuelta para dictar en una conferencia, en el mismo plantel, sobre la «estructuración de los espacios políticos».
Este profesor de Teoría Política de la Universidad de Essex, Inglaterra, es reconocido a nivel mundial como uno de los mayores exponentes del debate sobre marxismo y post marxismo y como un pensador de los movimientos sociales, pero también es un admirador del rol que está jugando Hugo Chávez en la región.
Es autor de cinco textos que giran en torno a una reflexión sobre la política contemporánea, siendo uno de los últimos, “La razón populista” (Fondo de Cultura Económica, 2005), donde aborda la importancia de este concepto tan despreciado por algunos políticos.
Laclau, quien es sociólogo e historiador, llegó a Inglaterra a fines de los 60’ para estudiar en la Universidad de Oxford, gracias al apoyo del intelectual británico Eric Hobsbawm, reconocido por su obra “Historia del siglo XX”.
Definiendo el populismo
–Cada vez que los políticos en Chile se atacan por sus propuestas, se acusan cruzadamente de populistas ¿es absolutamente peyorativo este concepto?
–Para mí el populismo no es un término peyorativo. No quiero decir con esto que todos los populismos sean buenos. En primer lugar, no creo que el populismo tenga un contenido ideológico preciso, el populismo es una forma de construir la política, que puede adaptarse a las ideologías más diferentes. Diría por ejemplo, que Mussolini fue populista, pero Mao Tse Tung fue populista también.
El populismo consiste esencialmente en la dicotomización de los espacios sociales, es decir, en dividir la sociedad en dos campos, entonces, pensemos cómo se va formando una situación populista: el populismo está ligado a la crítica a la institucionalización…
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, supongamos que un grupo de vecinos pide a la municipalidad que cree una línea de ómnibus para llevarlos desde el lugar en que ellos viven a la mayor parte donde ellos trabajan. Si esa demanda es satisfecha, bueno, es el fin del problema, pero si esta demanda no es satisfecha, hay una frustración de una demanda social.
Ahora, supongamos que esa gente ve que alrededor de ellos hay otras demandas que no son satisfechas tampoco, de vivienda, de suministro de agua, de escolaridad, de seguridad, en consecuencia, si hay una gran cantidad de demandas que no pueden ser vehiculizadas por el sistema institucional, se da una situación prepopulista que consiste en esta acumulación de demandas.
Entonces, de pronto, alguien por fuera del sistema institucional, empieza a interpelar a estos sectores y a movilizarlos frente a un sistema que no le reconoce sus derechos. Cuando ese doble juego se da, la interpelación desde fuera y la acumulación de demandas insatisfechas, ahí tenemos populismo.
Es decir, el populismo divide en dos campos: el sistema institucional que es rechazado en su conjunto y las demandas nuevas que dan lugar a una movilización. Ahora ¿quién interpela esas demandas? ahí es dónde pueda haber una gran cantidad de discursos ideológicos. O sea, lo que yo diría es que en política hay dos modos de construir los significados políticos. Por un lado, hay una práctica institucionalista, ahí entonces hay demandas individuales que yo llamó en mi libro «la lógica de la diferencia», a través de las cuales cada demanda tiene su canal propio dentro del sistema; y el por otro lado, hay lo que yo llamo la lógica de la equivalencia, que consiste en todas estas demandas que no son satisfechas y que se reconocen como demandas hermanas. Cuando se da eso, se da el populismo.
No hay nunca un régimen institucional tan perfecto que todas las demandas sean satisfechas automáticas, o sea, que una cierta dimensión populista va a estar presente en todo régimen.
–En ese sentido ¿el populismo también se hará presente según sea el grado de fractura que exista en la sociedad?
–Desde luego. Si una sociedad está muy perfectamente organizada institucionalmente el margen para la movilización populista es menor, pero cuando una sociedad entra en una crisis orgánica, cuando cada vez menos el sistema institucional se adapta a las necesidades públicas, en ese caso el populismo tiende a desarrollarse…
El rol integrador de Venezuela
–A nivel continental ¿cuáles son los países más propensos a este tipo de conducta política?
–Si nosotros pensamos en Venezuela actualmente, usted ve que lo existía antes era un régimen clientelístico en el cual las demandas de las bases simplemente no existían, lo que había era una manipulación del voto y una elite que era completamente incapaz de dirigir ciertas demandas. En esta situación se fue creando un hiato entre la base del sistema y el sistema institucional, y en cierto momento el sistema institucional se quebró. O sea, lo que tenemos exactamente hoy día, es lo que le estaba describiendo antes, por un lado un discurso de Chávez que se dirige a las altas demandas y, por otro lado, una movilización autónoma de estas bases.
–¿Cuál es el pronóstico que tiene para el futuro de Venezuela y del continente? ¿Advierte continuidad, fortalecimiento o ruptura?
–Yo creo que todos los síntomas son promisorios, creo que América Latina está avanzando hacia a un tipo de integración continental que jamás hubiéramos pensado hace 20 a 30 años. Recuerdo que cuando era muchacho no había prácticamente ningún proyecto serio de integración continental, lo único que había eran algunos proyectos norteamericanos, como la Alianza para el Progreso y similares. Ahora del lado de los EEUU no hay ningún proyecto y esfuerzo serio. The Guardian en Londres publicó que todo el programa económico de Bush para América Latina es equivalente a lo que se gasta en una semana en Irak, es decir, que de ahí no va a venir absolutamente nada, la influencia de los EEUU en el continente está disminuyendo rápidamente.
Por el otro lado, hay otros proyectos continentales que empiezan a tener una posibilidad real. Por ejemplo, en toda la cuenca del Orinoco se va a crear la reserva petrolífera más importante del mundo que va a desplazar a Arabia Saudita como centro petrolífero mundial. La idea del gasoducto continental también va a crear un grado de integración que no existía y ahora el proyecto del Banco del Sur, si se llega a concretar, también va a representar una forma de autofinanciación que va romper con la dependencia respecto al FMI o al Banco Mundial. O sea, todos los datos indican que estamos avanzando hacía una autonomización del continente y dentro de esa autonomización el rol de Venezuela es central.
–¿Considera que Cuba es una prueba fehaciente de ello?
–Los problemas de Cuba han disminuido drásticamente. Cuba está recibiendo de Venezuela más ayuda de la que recibió en el cenit de la influencia soviética, o sea, que no hay los problemas que se llegaron a producir con la desaparición del bloque soviético. Como resultado de eso, Cuba se está latinoamericanizando en un sentido nuevo, ya no es simplemente una especie ideológica separada del resto del continente. Alguna transición política va a tener que haber en cierto momento, pero el hecho que se dé esta integración al continente va a hacer la transición factible.
Bachelet muy institucional
–¿El populismo es la única forma de cohesionar a una sociedad fragmentada, segmentada y golpeada por la desigualdad?
–Desde el punto de vista de la izquierda, nos hemos movido desde un discurso homogeneizante a uno que reconoce la heterogeneidad. Por ejemplo, el marxismo clásico tenía un teoría que se fundaba en lo que se llamaba la simplificación creciente de los conflictos sociales bajo el capitalismo. Se suponía que las clases medias y el campesinado iban a desaparecer, de modo que al final lo único que iba a existir era una masa proletaria homogénea que iba a librar su lucha contra una burguesía unificada. Ahora, lejos de ocurrir eso, lo que ocurrió es que la estructura social en un capitalismo globalizado es cada vez más heterogénea, entonces la recomposición de una cierta forma de unidad por parte de sujetos emancipatorios requiere esto que es llamado antes una lógica de la equivalencia, es decir, que entre distintos sectores heterogéneos se conforma una cierta forma de unidad…
–¿Los partidos políticos ya no son capaces de absorber y dar cuenta de todas las demandas sociales? ¿En ese sentido, las alianzas, las coaliciones cumplen mejor ese rol?
–La forma partido, en un sentido clásico, no puede cumplir la funciones que de ella esperaba el socialismo tradicional. Yo creo que las formas de unificación van a ser muchos más fluidas, sin llegar a la formulación de la multitud que describen Hardt y Negri, que piensa que la heterogeneidad por sí misma va a conducir a formas rupturales. Yo sigo pensando que la articulación política es importante, pero la articulación tiene que ser mucho más movimentista y alianzas, como usted dice, con ciertos símbolos unificadores que no destruyan la autonomía y heterogeneidad de las bases, que es lo que el socialismo tradicional pensaba.
–¿Necesariamente la bandera del populismo va a estar en manos de la izquierda?
–No necesariamente, pueden darse también movilizaciones en las cuales el discurso sea de la derecha. Hay una derecha populista, Le Pen en Francia es una derecha populista que se basa formas de descontentos colectivo, para crear un discurso xenófobo, antimigrantes, es decir, no todo populismo es bueno. Cuando uno juzga a un régimen lo tiene que juzgar por el contenido de sus políticas, no solamente por la forma populista que adopta.
–Finalmente, ¿cuál es su apreciación de la Presidenta Michelle Bachelet, vista desde el punto de vista de la teoría política?
–La Presidenta que tienen no es demasiado populista, en ningún sentido imaginable, como tampoco lo es Tabaré Vázquez en Uruguay, estas son formas típicamente institucionalistas de una socialdemocracia diluida. Ahí no hay movilización de masas de ningún tipo, pero sí las hay en Bolivia, Venezuela, en Ecuador, en Argentina. Es decir, un poco la alternativa en Latinoamérica, hoy día, es el avance hacia formas de populismo de regimenes nacional-populares o a una cristalización del Estado liberal.
Publicado en El Mostrador (Chile) el 31 de mayo de 2007.