¿Habría cambio en la América de Obama?

¿Habría cambio en la América de Obama?

por Laura Carlsen – El gran debate en torno a cuánto –o qué tan poco– Barack Obama cambiaría nuestra desastrosa política exterior habitualmente se concentra en el Medio Oriente. Tiene sentido. En ninguna parte ha sido tan alto el precio a pagar por la estrategia de seguridad nacional de Bush, tal como lo atestiguan las muertes de más de 4.000 soldados y de un millón iraquíes.

Un debate menor, aunque no menos pasional, existe en torno a la política con América Latina. A pesar de que el hemisferio occidental no ocupa los encabezados en estos días, el debate aporta asuntos que afectan profundamente a la gente del sur de nuestras fronteras y a millones de americanos con lazos familiares en la región. Las relaciones de Estados Unidos con América Latina no pueden ya limitarse a la casilla de las relaciones regionales. En un mundo cada vez más integrado, éstas se han vuelto parte fundamental de los debates acerca del comercio, el empleo, la inmigración y el crimen transnacional.

En este contexto, Obama se dirige a Denver, actualmente, a convertirse en el candidato presidencial del Partido Demócrata. Las opiniones se dividen agudamente en torno a si su plataforma referente a la política de Estados Unidos con América Latina es realmente un «Cambio en el que se puede creer» (Change We Can Believe In, su lema en inglés).

La campaña que seguirá a la nominación incluirá, inevitablemente, algo de mimos para el voto latino, especialmente en los oscilantes estados de Florida y de Nuevo México. Esto empantanará la escena de lo que puede esperarse si el candidato deviene el jefe del ejecutivo. Ya poniendo las posturas electorales de lado, las cartas han sido echadas para una primera lectura de lo que será el futuro del hemisferio. El abordaje de Obama, más que políticas en sí, nos da mucho con qué trabajar para convertir el desastre en una genuina política del buen vecino para la región.

«El acuerdo con Las Américas» de Obama

La primera carta fue echada durante el encuentro con la Fundación Nacional Cubano Americana, en Miami, el 23 de mayo. Con la primaria todavía en pugna, Obama buscó ganarse a ese poderoso grupo político en un estado que ha hecho zozobrar las esperanzas demócratas. Obama ofreció a la multitud una mezcla de voz firme y nuevas políticas. Poco tiempo después de ese discurso a los cubano americanos, su campaña lanzó «Una nueva sociedad con las Américas». El documento de 13 páginas fijaba su acercamiento a la política exterior regional, bajo tres encabezados principales: democracia/libertad política, libertad ante el temor, libertad ante las carencias (pobreza). Estas «libertades» se volvían la mirada hacia las Cuatro Libertades de Franklin Delano Roosevelt (FDR).

Este discurso y plataforma provocaron descargas entre expertos y correos electrónicos. Las listas de chicanos y progresistas rezumbaron; en los blogs políticos se discutió si estas posiciones eran netamente positivas, netamente negativas o apenas del orden de los disparates electorales.

Algo puede decirse de estas tres apreciaciones. En una primera lectura el ensayo de posiciones parece algo verde. Asoman, sí, algunas ideas, cual surgidas del momento y no resultado de propuestas políticas bien pensadas. Para dar algunos ejemplos: la propuesta de extender el Plan México, oficialmente apodado Iniciativa Mérida, muestra a toda América Latina el nulo reconocimiento de que tal iniciativa, que sólo apuesta por la militarización, representación en sí misma las ampliamente repudiadas políticas de George W. Bush y sería vehementemente rechazada por otras naciones del hemisferio. Asimismo, el énfasis asignado al mercado de carbón, cuál si fuese esto panacea para las amenazas ambientales, no alcanza a ser un programa comprehensivo.

Sin duda, no obstante, la plataforma de Obama marca una gran distancia respecto de las políticas de Bush en la región. Cuando John McCain recurrió a Otto Reich como su consejero para América Latina, mostró su intención de continuar con lo peor de la pasada política. Esto ha hecho hervir la sangre en los países latinoamericanos. Reich enajenó a los centroamericanos por su papel en el caso Irán-contra; enfureció a los venezolanos al apoyar el golpe de 2002; encolerizó a los cubanos al proteger a Orlando Bosch y a Luis Posada Carriles, convictos de ataques terroristas anti-Cuba. Por donde ha pasado Otto Reich ha dejado una impronta de violaciones y manipulaciones políticas sucias, de millas.

El equipo de política exterior de Obama, por otra parte, combina veteranos de concha dura y nuevos pensadores, mostrándose en estado de cambio. Esto da a ver dónde en la propuesta latinoamericana, por ejemplo, la línea dura de apoyo al Plan Colombia va de la mano con la oposición al Tratado de Libre Comercio con Colombia.

Sin embargo, el ensayo demuestra que hay una nueva perspectiva para la región que sostiene cierta esperanza de cambio.

La sección de libertades políticas se enfoca en la política cubana, llamando a levantar las restricciones de viaje y la liberación de las remesas, al tiempo que busca refrenar el relajamiento del embargo comercial a manera de instrumento de negociación para una transición post-Fidel. El dar marcha atrás en su compromiso previo de levantar el embargo es un movimiento electoral timorato, aunque el texto indique que se trata de un asunto de tiempo y no de principio.

Otras rupturas con la política de Bush incluyen la sección de «la democracia empieza en casa», misma que aboga por el fin de la tortura, las declaraciones extraordinarias y las detenciones indefinidas, restaurando el habeas corpus y clausurando Guantánamo. Estos compromisos concretos no sólo cambian vidas sino que mandan un mensaje claro a los socios latinoamericanos quienes han sostenido, durante mucho tiempo, que la política exterior de Estados Unidos en la región es a menudo una de dobles estándares.

La sección de la libertad de carencias (pobreza) llama «al aumento de la ayuda de Estados Unidos para el desarrollo de abajo hacia arriba, concentrándose en la micro empresa, la capacitación vocacional y el desarrollo de programas comunitarios.» Subraya, además, la necesidad de desarrollar puntos de referencia (benchmarks) y de combatir la corrupción mediante el liderazgo ejemplar sustentado en el mérito y la transparencia al tomar decisiones.

Otros objetivos incluyen lograr los Objetivos de Desarrollo para el Milenio (de las Naciones Unidas) ; la reducción del déficit de la educación, especialmente para niñas y mujeres; el apoyo a la cancelación, al cien por ciento, de la deuda con Bolivia, Guayana, Haití, Honduras, Paraguay y Santa Lucía; y la introducción de reformas al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial.

Estas propuestas, en particular, van considerablemente más allá del estándar de los candidatos demócratas. La cancelación de la deuda y las reformas a las instituciones financieras internacionales, son demandas promovidas desde la base más amplia de los movimientos ciudadanos. El que estos hechos hayan sido incorporados al plan de Obama para América Latina, indica que él escucha a las nuevas voces y que está listo para poner el énfasis en los asuntos de justicia social, como el alivio de la pobreza, algo que antes sólo estuvo reservado a la inversión corporativa, la liberación del comercio y a los cambios ideológicos promovidos desde la base ideológica del régimen. Algunas de estas propuestas han sido sustentadas ya por acciones, como El Acta Global de la Pobreza en directo apoyo de Los Objetivos del Milenio.

La plataforma de Obama, en lo tocante a la integración económica regional, rompe con el paradigma llamando al comercio justo («fair trade», aunque su definición es vaga); las enmiendas al TLCAN; la oposición al acuerdo entre Estados Unidos y Colombia y el camino hacia la ciudadanía para los trabajadores sin documentos y sus familias.

El compromiso respecto de un comercio justo ha sido puesto en cuestión por el apoyo al Tratado de Libre Comercio con Perú y las declaraciones de apoyo a la plataforma Pelosi-Reid de promover el libre comercio en condiciones ambientales y laborales nulas. También, se pronuncia por una evaluación de la política comercial y nota la relación entre las políticas comerciales y la alta inmigración en el contexto de TLCAN.

Aún la sección de seguridad, misma que ha sido duramente criticada por ser copia de las políticas de Bush, introduce ideas consideradas herejías, por el dogma Bush-McCain, entre las que se incluye una voluntad mayor de asumir responsabilidades compartidas; el asumir los retos del control de drogas y el tráfico de armas; el crear puntos de referencia medibles ligados, sobre todo, a alternativas no militares.

La inclusión de una estrategia hacia el Norte y otra hacia el Sur reconoce las responsabilidades y las fallas de Estados Unidos en su propio territorio y parece apartarse de las declaraciones moralistas que asignan toda la carga de las amenazas a la seguridad transnacional al sur y que han servido para justificar la intervención de Estados Unidos.

La propuesta de sociedad en materia de energía es una de las secciones que requiere de trabajo. Promueve nuevos mercados para tecnologías verdes y apuesta por topes al comercio mediante mandato para contravenir las emisiones sin mencionar la necesidad de exigir una industria en Estados Unidos que modifique los patrones de consumo. Se apoya, también, en incentivos al secuestro del carbón, para desalentar la deforestación e ignorar el papel que juegan las corporaciones estadounidenses y su posible regulación internacional. Pero, otra vez, las discusiones ciudadanas consiguen que se piense estos temas. De ahí que, por ejemplo, si bien el papel promueve los biocombustibles, no reconoce el conflicto entre alimentos y combustible.

La inmigración no es considerada generalmente dentro de la política exterior y, en ese campo, Obama obtiene el crédito por incluirla en la plataforma latinoamericana. Su propuesta; recurrir al poder de las remesas, comprometiéndose a trabajar con el Banco Interamericano de Desarrollo y otros para «maximizar el impacto de las remesas en el desarrollo social y económico por todo el hemisferio.» No es claro lo que se quiere decir aquí. Las necesidades urgentes de las comunidades de inmigrantes son más bajas que los costos por servicios financieros y, mientras algunas organizaciones han tenido éxito en el desarrollo de proyectos colectivos a través de las remesas, con la crisis de los precios de los alimentos haciendo presión sobre el costo de la vida es de esperarse que la mayoría de las remesas continúen fluyendo hacia las necesidades básicas de la familia en el país de origen. Más importante aún, Obama reitera su compromiso por una reforma migratoria integral como «la más alta prioridad de su primer año como presidente.»

Su propuesta incluye un camino hacia la ciudadanía, el arreglo de la burocracia disfuncional y la referencia obligatoria de una frontera segura. En un reciente cuestionario de The Sanctuary, una organización Latina que aborda muchos temas, complementa la necesidad de reforma migratoria con la necesidad de «alentar la creación de empleos y desarrollo económico para que amengüe el impulso migratorio.» Templa, así, cualquier propuesta para la creación de un programa de trabajadores huéspedes diciendo que estos deben tener «mayor seguridad como trabajadores y no privar a nadie de volverse americanos en un futuro.»

Su programa para América Latina hace un llamado a la canalización de inmigrantes en la diplomacia.

Falsos pasos y saltos de fe

De lejos, las posiciones más controversiales de Obama para América Latina son las concernientes a las políticas de seguridad. Éstas han provocado las mayores protestas por parte de los latinos progresistas, los latinoamericanos y los analistas de política regional.

Obama lanzó su plataforma a semanas del ataque colombiano a un campo guerrillero en Ecuador. La mayor parte de naciones del continente, a excepción de Colombia –apoyado por Estados Unidos, condenaron la incursión dado que ésta violaba la ley internacional y que las guerrillas fueron atacadas no en defensa propia sino mientras dormían.

La incursión militar era oportunidad de mostrar que el derecho internacional supera las alianzas ideológicas y Obama hizo justo lo contrario. No solo justificó el ataque del gobierno de Uribe sino que se inclinó por:

«Continuar con el Pacto Andino contra las Drogas y su actualización para enfrentar los retos del momento. Apoyaremos totalmente a Colombia en su combate rígido de las FARC. Trabajaremos con el gobierno para terminar el reino del terror de los grupos paramilitares de la derecha. Apoyaremos el derecho de Colombia a golpear a los terroristas que buscan refugio más allá de sus fronteras. Y apuntaremos los reflectores contra cualquier apoyo a las FARC procedente de gobiernos vecinos. Este comportamiento debe ser expuesto a la condena internacional, el aislamiento regional y –en caso necesario– a fuertes sanciones. No debe de prevalecer.»

El respaldo entusiasta al gobierno de Álvaro Uribe en su guerra contra las FARC no fue, a las claras, a beneficio del gobierno colombiano. Uribe ha calumniado públicamente a Obama por oponerse al Tratado de Libre Comercio con Colombia y fue él quien orquestó la reciente visita de McCain, lanzando así su apoyo por una administración republicana en 2009. Sin amor que perder entre esos dos, la pregunta real es: a quién intenta apaciguar Obama con ese lenguaje duro y con esa política unilateral aquí esquematizada.

La otra larga sección tocante a la seguridad está dedicada a México. El Plan de Obama para Latinoamérica apoya al Plan México y propone «una nueva iniciativa de seguridad con los vecinos latinoamericanos –una que se extienda más allá de América Central.»

México y Colombia son las naciones más grandes, hoy, bajo el dominio de gobiernos de ultra-derecha. El apoyo de modelos basados en el ejército/las policías, mismo que toma forma en el Plan México y en el Plan Colombia, y la tentación de igualar la cooperación regional con el involucramiento militar de Estados Unidos, claramente contradice los principios de Roosevelt invocados en el resto del documento. Tal vez la «nueva iniciativa de seguridad» ya referida modificaría y no solamente extendería el Plan México. Pero si ese es el caso, el equipo de Obama debería desarrollar una critica del plan de Bush.

Y si, al igual que la administración Bush, la administración de Obama planea cortar generar división en el corazón de América Latina, premiando a los aliados ideológicos y castigando a aquellos percibidos como enemigos, entonces tenemos un problema real.

Ese no parece ser el caso, sin embargo. En declaraciones posteriores de Obama, respondiendo al cuestionario, él matizó esa posición más pronta a pelear. Acerca del Plan Colombia subrayó:

«Apoyo el Plan Colombia. Sin embargo, es importante echar una mirada severa a si nuestra ayuda a Colombia muestra la adecuada combinación en el combate al tráfico de drogas y el apoyo legitimo a los esfuerzos agrícolas.»

Y respecto del Plan México, Obama deja algo de espacio para maniobrar y afirmar la importancia de la ayuda de Estados Unidos «adecuadamente enfocada» a derrocar a «bandas de narcos».

Y agrega: «Necesitamos examinar cuidadosamente la solicitud reciente de la administración en lo tocante al Plan México, en particular, dada el secreto que ha caracterizado la formulación del paquete propuesto.»

El Congreso ya había asignado $465 millones de dólares al Plan México y la solicitud de otros $400 millones de dólares está en el horno para 2009, de ahí que para hacer esta declaración algo más que retórica un examen crítico de esta extensión de las políticas de seguridad de Bush a México y a América Central tiene que tener lugar de inmediato.

El lenguaje fuerte de Obama en torno al crimen y a la violencia se equilibra con las soluciones no militares y con el compromiso de interactuar con Venezuela, Cuba y el resto de la región. La retórica anti-Chávez, criticada correctamente por muchos por divisiva e imprecisa, no resulta tan preocupante en contexto. Ambos lados tienden a alardear dominio en la relación Estados Unidos-Venezuela, aunque ninguno parece salir con palos y piedras, todavía. Mientras los analistas progresistas enfurecen contra las puñaladas desinformadas de Obama contra Chávez, algunos recuerdan que Obama entre los primeros y únicos políticos en anunciar su deseo de encontrarse con Chávez, y ya ha reiterado que no se retractará en esa oferta.

Finalmente, el documento de Obama comete algunos pecados de omisión importantes que uno sólo puede esperar que rectifique en el futuro. El candidato ha lanzado solo largos silencios en los que respecta a asuntos que definirían una política regional construida en los mismos principios que ha defendido con gran energía. Uno es el cerrar la Escuela de las Américas, centro de entrenamiento militar en Fort Benning, Georgia, hoy rebautizada Instituto del Hemisferio Oeste para Cooperación en Seguridad (WHINSEC). Activistas orillaron al Congreso, por un margen de votos estrecho, a cerrar las puertas de esa institución que ha entrenado a algunos de los peores violadores de los derechos humanos del hemisferio.

Citando muchos de estos puntos el autor Grag Grandin concluye que «La Doctrina Obama» no representará una ruptura limpia de la Doctrina Monroe que dicta la hegemonía de Estados Unidos en la región. Tom Hayden, más optimista, la llama «una bendición ambivalente» y «un valeroso comienzo» mientras los críticos execran discurso y plataforma por ser más de lo mismo.

Aquí es donde el salto de fe viene a colación

Factores subjetivos intervienen en el debate acerca de la plataforma de Obama para América Latina. Nadie realmente cree que la retórica de campaña es lo mismo que la aplicación de políticas, de ahí que la discusión gire entorno a si el candidato se mueve hacia el lado progresista o conservador, al finalizar la elección. Como los profetas bíblicos, todos buscan los signos. Un lado cree que «sus instintos son buenos» para construir una política exterior más humana, y que sus posturas más conservadoras se obedecen a un posicionamiento electoral.

Entre los progresistas no creyentes hay tres posiciones: Los escépticos de Obama que piensan que sus posiciones progresistas son pose y que una vez que entre en funciones el statu s quo ganará. Los escépticos del sistema electoral que contienden que el sistema bipartidista en Estados Unidos jamás producirá un cambio real –su querella no es tanto con Obama sino con cualquiera que provenga del sistema político y que clame el cambio. Finalmente, los sistematizadotes que creen que el sistema internacional supera al poder de cualquier presidente aun el de la nación capitalista más poderosa –aún en el caso de quererse el cambio. Estas son generalizaciones, por supuesto, y todas llevan un grano de verdad. Pero sirven para caracterizar importantes aunque latentes debates que rodean a la candidatura de Obama.
Tres razones para dar el salto

En 2004 escribí que la expectativa principal de los gobiernos y las sociedades latinoamericanas que siguen de cercal las elecciones en Estados Unidos era impedir que las cosas empeoraran. Una buena política del buen vecino parecía mucho que pedir, y John Kerry falló aún en plantear una ruptura retórica ya fuese con la promoción de la democracia o con la intervención militar bajo las guerras apenas disfrazadas contra el terrorismo y las drogas. En otras áreas, el candidato demócrata tenía el discurso correcto pero sus propuestas políticas repetían las formas gastadas del pasado.

¿Entonces, por qué sentimos distinto ahora?

La primera razón es que la política de Obama para con la región –más allá de sus aplicaciones específicas– refleja un cambio de perspectiva importante. La mejor manera de ilustrar esto es siguiendo la siguiente oración tomada de su discurso de Miami:

«Es hora de una nueva alianza con las Américas. Después de ocho años de fallidas políticas, necesitamos un nuevo liderazgo para el futuro. Luego de décadas pugnando por reformas de arriba abajo, necesitamos una agenda que haga avanzar la democracia, la seguridad y la oportunidad de abajo para arriba. Así que mi política hacia las Américas estará guiada por el principio sencillo de que lo que sea bueno para los pueblos de las Américas será bueno para Estados Unidos.»

«Lo que sea bueno para los pueblos de las Américas será bueno para Estados Unidos» no es otra cosa que el principio opuesto de la historia de Estados Unidos en la región. Y América Latina hoy muestra que la fórmula no está solo basada en el altruismo sino en una lectura cuidadosa de la realidad. La mayoría de amenazas a la seguridad humana, al bienestar económico y a las libertades democráticas ha surgido, precisamente, de la sucesión de gobiernos y de políticas del gobierno de Estados Unidos y de las instituciones financieras que han vuelto imposible «el bienestar de los pueblos.» El resultado es que América Latina sufre la desigualdad más grande de cualquier región del mundo y que la pobreza se traga a más de la mitad de la población.

Esta perspectiva parece reconocer, también, que América Latina ha llegado a la mayoría de edad y que valida en principio los experimentos reformistas para la región que la administración de Bush ha envilecido.

No es accidental, tampoco, que el programa de Obama para América Latina se desprenda del modelo de Roosevelt. Últimamente el candidato, los Progresistas por Obama, los estrategas y los grupos ciudadanos han estado escogiendo el lenguaje de FDR para adoptar los principios de la política del buen vecino de los 1930, y también demostrar al público estadounidense que es posible el cambio significativo en la política exterior.

Para América Latina –escenario de la política original del buen vecino– la analogía es especialmente relevante. Hoy, muchos movimientos populares de los gobiernos inclinados hacia una nueva izquierda, se casan con programas sociales más cercanos al New Deal de FDR que al «Consenso de Washington». La administración Bush percibe eso como amenaza antes que reconocer en la creciente resonancia en Latinoamérica un llamado a revisar el modelo de integración económica actual y la adopción de una mayor flexibilidad.

Esta es otra razón por la cual una política para América Latina es importante hoy. Libre de conflicto generalizado, regida por democracias, y en medio de una mayor redefinición de la política del bien público, América Latina es el terreno de prueba para el cambio en el mundo globalizado. Y eso es exactamente lo que muchas naciones ahí han estado haciendo en los pasados años.

Segundo, hay razones para sospechar que Obama, el ser humano, tiene buenos instintos. Sus antecedentes, su experiencia organizativa, y sus anteriores posturas en la vida política lo colocan lejos de otros políticos, y que sus posiciones en la comunidad afro-americana le da una mayor sensibilidad hacia los excluidos históricamente.

«Compaginar la retórica con los hechos», la frase usada en el ensayo sobre América Latina, será un gran reto. Obama tendrá que hacer efectiva la promesa para buscar «lo bueno para Main Street, no para Wall Street», insistiendo que las corporaciones obedecen a la ley internacional y sacrifiquen algunas de sus mega ganancias obtenidas de los recursos naturales de los países latinoamericanos. Si eso significa decirle a Chevron que está solo en su batalla legal contra el gobierno ecuatoriano en torno a la destrucción de miles de acres de la selva amazónica, o Chiquita que no está bien pagar a los militares para protección en Colombia, que así sea.

Como en todos los aspectos de la reforma a la política exterior, el factor crítico en la definición de una política regional es la habilidad de romper con la inercia de Washington que ha limitado la visión y acción para el cambio. El equipo de Obama tendrá que tomar las recomendaciones sobre política con un grano de sal, ya sea que vengan éstas del Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations), que en un reciente reporte recayó en las llamadas cansadas por más libre comercio, haciéndose eco de Condoleezza Rice, opacando las medidas de América Latina hacia la redistribución nacional de la riqueza, signo de «un nacionalismo de recursos renovables.» El tiene que estar deseoso de apegarse a las políticas prometidas aún cuando los grupos de interés hagan presión, o los encuestadores y políticos adviertan que pueden no pertenecer a la corriente dominante.

La razón más importante por la cual el cambio debe tomarse en serio es que la campaña de Obama es más grande que su candidato. Esta es su gracia salvadora. A través de los medios, el público ha sido enseñado a ser escéptico del cambio real. El incipiente movimiento que se resiste a esa socialización, es el mayor logro de la campaña de Obama, hasta ahora. Las relaciones de mutuo respeto en el hemisferio no dependen sólo de las elecciones presidenciales; ellas dependen de la reactivación de la sociedad civil en las Américas, en un momento crítico para la región.

En el debate en torno al cambio en material de política exterior, no se trata de sentarse a esperar a ver quién está en lo correcto: los que creen que eso puede hacerse o los que dicen que no. No podemos permitir cualquiera de los dos extremos: el escenario optimista en el que Obama, una vez ordenado, podrá por él mismo dar inicio a una nueva era en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina; o el escenario pesimista en que, congelado en la inercia del sistema, presidirá sobre las mismas viejas prácticas.

Ninguno de estos permite el desempeño activo de la ciudadanía en la forja de esa nueva política exterior.

Si la campaña de Obama continúa construyendo una base amplia, incorporando a las partes de la población que han sido distanciadas de la participación democrática –en especial los jóvenes– tenemos buena materia prima para el cambio. Este cambio, al final, no dependerá tanto de las prescripciones políticas como de una nueva imagen propia colectiva que, como señaló Roosevelt, se respeta a sí misma para poder respetar los derechos de los demás.

L. Carlsen es directora del Programa de las Américas en la ciudad de México.

Publicado por el Programa de las Américas, aquí…

Traducido por María Dolores Bolívar. Reproducido en el semanario Peripecias Nº 121 el 5 de noviembre de 2008.