por José M. Tortosa – En el «socialismo del siglo XXI» (ssXXI) primero se inventó la palabra y después se buscó el significado, dándose discusiones bizantinas y rocambolescas en las que el autor (a ser posible no latinoamericano, alemán como Heinz Dieterich) dictaminaba «ssXXI ES tal y tal cosa», a lo cual otro autor (generalmente tampoco latinoamericano, por ejemplo belga como François Houtart, aunque todos ellos asimilados, como podría estarlo yo mismo) redargüía diciendo «no, ni hablar, ssXXI EN REALIDAD ES tal otra cosa» sin que, ni en un caso ni en el otro se bajara a detalles medianamente concretos y, por lo general, se recurriera al tópico machadiano «se hace camino al andar».
Tal vez por eso he seguido con particular interés, aunque desde la distancia, las andanzas de los tres ssXXI, la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Morales y el Ecuador de Correa. En qué puedan acabar los chavistas es un misterio, pero cada vez, y como extranjero, claro, me declaro alejado de ese particular ssXXI. Bolivia es otra cosa. Primero, porque es «mi» país, aunque mi pasaporte haya sido siempre español. Segundo, porque el elemento indigenista me hace ser poco racional y sí muy emocional (aprendí quechua en mi juventud, cuando quería ser boliviano). Y tercero, porque no es fácil saber cómo se van a resolver los nudos gordianos de los referendos revocatorios planteados para el 10 de agosto ni qué vaya a pasar con las autoridades centrales y sus relaciones con las locales. Sí sé que, en un caso y en otro, tengo que ir con un exceso particular de cautela ante las noticias de los medios tanto si son a favor como si son contrarias a los respectivos regímenes. Si lo que me interesa es qué está pasando realmente, no tengo ningún motivo para rechazar las noticias simplemente porque van a favor o van en contra de ambos gobiernos.
Finalmente, el caso del Ecuador es, de nuevo, diferente a los otros dos que ya son diferentes entre sí. Con fuerte presencia indígena, el indigenismo no tiene la fuerza de Bolivia: Pachakutik se hundió cuando accedió al poder con Lucio Gutiérrez; ese poder les fue fatal y ya no han levantado cabeza, al no saber gestionar, además, las diferencias sociales internas. Si ahora lo saco a relucir es porque me he quedado de piedra al ver un par de noticias en la prensa ecuatoriana que encajan suficientemente con mis prejuicios como para que les dé crédito y acrecienten mis preocupaciones por un país en el que tengo familia y amigos muy queridos (y ex amigos o, para ser exacto, ex amigas, pero ésa es otra historia).
Conocí a Correa en el Ecuador antes de que fuese candidato a la presidencia. Gente de la embajada española muy en privado y amigos académicos me lo habían puesto de chupa de dómine después de que dejara el ministerio de Economía bajo el gobierno de Noboa. Sin embargo, lo que me encontré fue una persona muy articulada intelectualmente, con un discurso propio interesante y con una fuerte personalidad. Tuvimos un breve encuentro cuando nos presentaron e hicimos las bromas de rigor, reconociendo que las suyas eran buenas, pertinentes y certeras. Esa noche tenían una reunión política en la que iban a tantear las posibilidades locales para su candidatura a la presidencia y tuvieron la deferencia de invitarme. Rehusé. Un extranjero está mucho más mono calladito sobre ciertos temas y lejos, que sentándose, igualmente calladito, como chancho en trapecio o pulpo en garaje. Los asistentes (y alguna asistente) con los que conversé al día siguiente se mostraron entusiasmados. En mi opinión, no había para tanto, porque había algo que no me acababa de convencer en el personaje. No sé qué era. Tal vez un Ego demasiado hinchado, tal vez una tendencia a manipular a los demás. No lo sé, pero ahí empezaron mis reticencias hacia Correa. Muy personales, como se ve, nada profundas, pero que me hacían desconfiar de la persona (no es el primer político o política de altos vuelos que conozco y, aunque la clase política no está entre mis intereses, tampoco es que tenga un rechazo anarquista a cualquier forma de organización del acceso al poder).
Una vez lanzada su candidatura y en medio del fragor de la campaña, sobre todo en la primera vuelta, comenté con algunos de sus conmilitones mi desconfianza creciente hacia el personaje, cada vez más personaje. Me dijeron que no, que me equivocaba, que no le conocía suficientemente (lo cual sigue siendo cierto) y que si le conociese, cambiaría de opinión (estaría por ver y estoy seguro de que no lo veré). Algunas de las decisiones de la campaña me parecieron o contradictorias o engañosas (como lo de no presentar candidatos al Congreso bajo la retórica del rechazo a la «partidocracia» pero que probablemente ocultaba la ausencia de candidatos para cubrir todos los puestos). De esas hubo varias. Pero ganó la presidencia y ganó limpia y claramente. Añado que fui invitado a la trasmisión de mando (toma de posesión) de principios de 2007, pero, aunque me llegó la medalla conmemorativa, no pude asistir por motivos que nada tienen que ver con la política y sí con mi economía.
Los jueguecitos que siguieron para gestionar un congreso sin NINGÚN miembro del partido del presidente tampoco me gustaron y el modo con que se pasó a una Asamblea Constituyente a la que se le dieron poderes de Congreso, mientras se cerraba de manera artera a éste, tampoco me gustaron. El poder atrae a las moscas, y Correa se encontró de repente con multitud de personas que sí querían ser de su partido. Con las elecciones a la Asamblea empieza a existir el Partido y su buró político, con las mismas lacras que la otrora denostada «partidocracia». Y llegó al partido gente de todo tipo. Escándalos de diverso calibre en los primeros meses de gobierno (como los Patiñovideos) ya dieron que hablar suficientemente y el abandono rápido de algunos principios y promesas fueron pasadas en silencio por los medios (de hecho, coincidían con los intereses de los que financian a dichos medios que, encima, han sido objeto de ataques e insultos a la Berlusconi un tanto extemporáneos, visto desde lejos).
El funcionamiento de la Asamblea Constituyente no ha sido modélico si de lo que se trata es de una Asamblea Constituyente cuya función es la de escribir una constitución y disolverse una vez aprobada o rechazada. Algunos allegados de Correa desde la primera hora intentaron darle a la Asamblea el mayor dinamismo democrático posible mientras se introducían temas increíblemente novedosos como los derechos de la Naturaleza, en la línea de la «ecología profunda» que preconizara el noruego Arne Naess. Pero como se sabe por la sociología de pequeños grupos desde hace, por lo menos, 50 años, los grupos democráticos generan una alta moral en sus participantes pero tienen menos eficacia que los grupos autoritarios, más eficaces y menos gratificantes para sus miembros. Quiero decir que los trabajos de la Asamblea se prolongaban más de lo que el calculador Correa consideraba aceptable en términos de lo que realmente le interesa a un político: seguir en el poder. Así que Correa y su buró forzaron la dimisión de Alberto Acosta que había sido el presidente de la Asamblea e hicieron que en sesiones maratonianas se aprobaran, a golpe de mayoría, docenas de artículos hasta conseguir una Constitución prolija que, en contra de lo que pretendía el ssXXI, no creo que vaya a «refundar» al Ecuador. Después ha habido sus más y sus menos con el judicial, con qué va a pasar con la constituyente si gana el «no» en el referéndum o si se va a poner el quechua como lengua oficial para todo el país (ya he insinuado en otra oportunidad que me hubiera parecido poco aconsejable –la fórmula boliviana es más razonable–) asunto este último en el que Correa, por lo visto, tenía una opinión que fue la que ganó dentro de su partido y que, en este caso, no me duelen prendas reconocer que creo que con razón. Si hay constitucionalistas que no hayan seguido los detalles del asunto pero quieran ver el documento final aprobado en la Asamblea el 24 de julio, lo pueden ver aquí y podrán preguntarse dónde está el ssXXI. Claro que si se trata de una constitución para todo el pueblo, tal vez no sea el lugar más apropiado para encontrar el ssXXI ya que, habiendo contrarios a dicha palabra –sobre el contenido ya he dicho que sigue siendo un misterio–, no debería ser la constitución el lugar para exponerlo.
Lo que me temo es que, en el caso del Ecuador, el ssXXI tenga que ver con estas dos noticias en la prensa ecuatoriana:
La primera es que el presidente Rafael Correa dice que ha leído el texto aprobado y que le encuentra algunos fallos garrafales que va a hacer se subsanen de inmediato. Que aproveche la ocasión para echarle la culpa de todo al chivo expiatorio a Alberto Acosta, está dentro del guión esperable. Pero que el periódico hable de que el presidente va a dar instrucciones al nuevo presidente de la asamblea para que se corrijan dichos errores es una muy curiosa idea de socialismo y democracia, por lo menos en los términos en que uno podría pensar el segundo de los términos.
La otra noticia se refiere a cómo el presidente Correa responde a las acusaciones de autoritarismo: diciendo que tiene «una fuerte personalidad» que, personalmente, es lo último que deseo encontrar en un político con tendencias al autoritarismo y al caudillismo (el gato escaldado –por el franquismo– del agua fría huye).
No me extraña que algunos grupos indígenas le hayan pedido al presidente Correa que deje de usar el quichua (en el Ecuador prefieren llamar a la lengua del imperio inca con una i en la primera sílaba mientras que en Bolivia prefieren decir quechua, cosa por otro lado inútil, ya que en dicha lengua no hay distinción entre «i» y «e» ni entre «o» y «u»). Correa, aunque originario de la costa, donde sólo hablan el quichua algunos inmigrantes ecuatorianos, lo aprendió en su juventud con los salesianos y ahora lo usa al inicio de algunas intervenciones aunque su apoyo a la lengua no haya pasado de eso. Pues bien, eso: que dicen que si eso es lo único que sabe hacer por el quichua, mejor que lo deje. Eso sí: el preámbulo de la nuevo constitución sí que menciona a Dios. No sé si por intervención directa del ejecutivo, católico practicante aunque crítico de los «curitas» que le critican.
Total, que la deriva del ssXXI ecuatoriano podría ser incluso más preocupante que la de los otros dos. La Asamblea se instaló con un 80 por ciento de los votos a favor del Partido Correa, el chantaje que ahora se hace a los votantes (algo así como Felipe González en el referéndum de la OTAN: «¿quién gestionará el NO?») puede seguir debilitando a la oposición «cautiva y desarmada» y aparecer Correa como la Salvación Nacional. Eso no lo es ni lo puede ser Chávez ni tampoco Morales.
J. M. Tortosa es un agudo analista de la realidad sudamericana. Es docente universitario en Alicante (España).
Publicado en el blog Sobre el Mundo Mundial el 25 de julio de 2008. Se realizaron unos pequeños ajustes en el texto para adaptarlo a nuestro semanario. Reproducido en el semanario Peripecias Nº 107 el 30 de julio de 2008.